jueves, 16 de enero de 2020

Palabritas

Cierto sábado pozolero, sí, porque en nuestra ciudad además de ruidosa, es tradición que el séptimo día de la semana -es más, si eres de los que van al gym, el instructor te recomienda que los fines de semana comas de tocho, ¡claro, así tiene clientes cautivos!–, le entremos sin remordimiento al caldo elaborado a base de granos de maíz y reteharta trompa, cuero, pata y espinazo de cerdo. Esta vez, cuando llegué con mi ollita, la señora que lo vende, con mirada triste dijo: “¡ay, niñito! Fíjate que se nos acabó bien pronto, una disculpa”. ¡Chale! La neta, no me agüitó el no haber alcanzado, sino, esa pinche retórica tan ridícula de intentar suavizar sentencias que consideramos fuertes para quien las recibe.

Es por eso por lo que nacen frases en diminutivo, llenas de servilismo involuntario, así como amansa bestias, tienen su eclosión “por favorcito”, “permisito”, “ahoritita”, “en un momentito”, “señito”, entre otras, producto de nuestros sentimientos de culpabilidad que ya se han convertido en costumbre, pues nos hemos desarrollado en un ambiente donde se fomenta que los responsables de lo que sucede en nuestro entorno somos nosotros por ser la especie superior a las demás.

Esto no significa que estoy en contra de la amabilidad, pues siempre es positivo y además ayuda a generar climas de bienestar entre las personas, pero no lo es cuando se sobrepasan los límites, hasta volverse tóxica, al grado de que se utiliza como un disfraz de lo que en realidad el interlocutor quiere decir, además, lo pior es que quien recibe el mensaje se da cuenta de la verdadera intención, ¡eso sí carbura!

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