jueves, 22 de noviembre de 2018

Desayunos escolares.

Son las 8:45 a.m., es cualquier mañana de un día de clases normales, de esos en los que el profesor ojete ya hizo de las suyas como siempre bien pasado de lanza o el jefe que continuamente llega tarde madrugó y de abusivo al ver que vas a los sagrados alimentos te encarga unos tuxpeños de chicharrón, pos para que vea que no son iguales, tú sí jalas y le haces el paro.

La fila está bien agresiva, pero lo único que tranquiliza es que en los puestos de comida ubicados por la avenida Universidad en el tramo del costado de la Unidad Deportiva Morelos, es todo democracia, ahí convergen profesores, candidatos a doctor, personal secretarial, de servicios, chóferes de camiones urbanos y estudiantes –funcionarios y directivos, pos no, para eso nos tienen a nosotros–, quienes serán atendidos según vayan llegando.

Todos los ahí presentes estamos conscientes que en esos changarros vamos a encontrar cuatro elementos: rico, barato, rápido y llenador, si corremos con suerte pue´que hasta nos sea saludable, digo, no creo que en los lujosos restaurantes existan los cuatro elementos antes mencionados, además, ustedes bien saben que saludable y sabroso siempre están divorciados. Incluso hasta es parte de nuestra guasa, ¿quién ha negado el delicioso sabor de las tortas de taco de Doña Bacteria o las sabrosas tostadas de cuerito de Doña Ameba? O sea, es divertido incrementar la fauna intestinal, pues sabemos que con un desparasitante te vuelves el Führer y haces un holocausto de bichos.

En la situación de estudiantes y de cualquier obrero del sector educativo, se impone que los bienaventurados alimentos no solo sean bocados que se puedan devorar de volón pinpón – ¡no manches!, receso de veinte minutos, pa´que te atiendan es un desmoche, un abrevadero no tiene tanto animal, ¡ay te encargo los callos con tanto pisotón!–, además, que satisfaga lo suficiente para aguantar hasta la salida, pues a veces a algunos ni para el desempance traemos, que mejor le hacemos al faquir.

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