jueves, 20 de septiembre de 2018

Tardes chipocludas

En aquellos tiempos de verano, cuando el Tío Gamboín conducía la barra de caricaturas del “Canal 5”, con su clásico saco rojo lleno de pins de personajes de dibujos animados, mostrando su colección de juguetes de cuerda de alucine, ¡wow! Pancholín, Salchichita, El Gran Jefe Pluma Fuente, entre otros; con tristeza les confieso que nunca pude formar parte de su enorme lista de sobrinos, imagino que el chismoso de Corcolito –especie de espectro que viajaba por la señal de la televisión para vigilar la conducta de los infantes– me puso en mal.

Eran épocas en que las vacaciones duraban un titipuchal, entonces mis primos de Guanatos se descolgaban para mí chante a pasar un buen juntos, las canicas, los trompos de parota, los muñecos aventureros de Kid Acero, –para que entiendan los millennials, eran figuras articuladas con accesorios y ropa de tela intercambiable, algo así como la Barbie pero para niños–, la cascarita en las calles, aún no había más coches que personas como hoy, y no podían faltar los chapuzones en el río con el pretexto de que fue por sacar peces tripones para la pila.

Además de jugar con mis primos, disfrutaba escuchándolos hablar con esas raras palabras atípicas de la “Ciudad de las Palmeras”, por ejemplo, decirles asquilines a los esquilines, chuchos a los perros, lonches a las tortas, chota a la policía y lo más curioso, para ellos guamúchil era el árbol completo y la vaina que nos comíamos le llaman guámaras. Los domingos a los vendedores de elotes cocidos del jardín de San Pancho los hacían desatinar al preguntarles por las guasanas, garbanzo verde cocido al que se le echaba sal, limón y chile; ya de grandecito comprendí por qué siempre se carcajeaban cuando íbamos a la tiendita de la esquina –mucho antes de que las erradicaran esas cadenas comerciales que prefieren construir otra sucursal a abrir la segunda caja para atenderte– a comprar panocha.

Un 30 de diciembre de 1992, el Tío Gamboín dejó este mundo y con ello también nuestra infancia, los juegos dejaron de ser divertidos, el Kid Acero junto con amigos y rivales se guardaron en una caja de archivo que aún conservo por puritita nostalgia al igual que las palabritas extrañas que algunas forman parte de mi lenguaje.

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