jueves, 3 de mayo de 2018

Juan Gabrielismo

El pasado fin de semana fui al cine que se ubica en cierta plaza donde hay un titipuchal de locales comerciales y tiendas departamentales, estando en esa que de tan pequeña que es, bien podría pasar por una tiendita o por, por o. Acudí al único lugar que visito en ellas según opinión de mi pareja, el departamento de entretenimiento, donde se ubican los discos de música y los Blu-ray, que para algunos ya ni se usan, pues si quieren escuchar una rola o ver una película, simplemente la buscan en internet, solo que son temporales y en cualquier momento las quitan sin avisar a diferencia de las colecciones reales, donde uno puede disponer de ellas en el momento que se le dé la gana además de la excelente calidad.

En las pantallas que se encuentran a la venta casi siempre exhiben conciertos, los cuales ignoro, pues algunos ya los tengo –modestia es mi nombre– y otros son de hueva, pero esta vez mi atención en lugar de concentrarse en buscar novedades discográficas, fue atraída por dos señoras que inspiradas canturreaban al unísono las canciones del recital, denotando una declarada afinidad con el famoso cantante Juan Gabriel, quien en 4K se veía más vivo que lo que está en el imaginario nacional. En su muy auto-valorada intención de que los ahí presentes certificasen su acérrimo fanatismo, inspiradas las mujeres alzaban la voz al interpretar “La farsante”.

Lo más seguro es que en sus habitaciones durante la adolescencia de estas cincuentonas con pelo a lo Madonna y brazos tapizados de bisutería, había paredes con pósteres del Divo de Juárez en tiernas poses, algunas de sus hijas tal vez se llamen Gabriela o Juanita (que lo más seguro en bachillerato ella prefería que le dijeran Jane) y con tal de evitar los celos de sus maridos al hijo lo bautizaron con el nombre de Alberto. La radio de sus memorias se llamaba XHJuangabriel, donde continuamente se rasgaban el corazón al escuchar masoquistas baladas como “Tu abandono” o “He venido a pedirte perdón”. Espero que ellas también descubrieran aquellos guiños que sobre su sexualidad hacía en “Yo no nacía para amar” o fragmentos como: “si en el mundo hay tanta gente diferente, una de esa tanta gente me amará”.

Mientras las damas hacían ese culto musical al que decidí bautizar como Juan Gabrielismo, quien firma lo que escribe se compró tres discos, haciendo mi clásico pendejazo al descuidarme y cerciorarme de su ausencia minutos después de haber pagado, dejando el final de este relato a la imaginación, pues supongo que no compraron nada, ¿o sí? No sé.

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