jueves, 22 de junio de 2017

Alucines

En otras publicaciones ya les he contado ese mal karma que me persigue en la actualidad cada vez que voy al cine, sobre todo si se trata de las salas esas en las cuales supuestamente tienes capacidad de elegir el espacio donde te sentarás a ver la función, pero que una vez hecha la selección pos ya te amolaste si te tocan al lado esos aborrecentes – ¡ups! Perdón, adolescentes –, que se la pasan durante toda la proyección hablando, haciéndose mofa entre ellos o consultando su pinche celular cuya luz te encandila a cada rato.

Visitando al médium de la nostalgia, a mi mente viene el recuerdo del CinExin, un proyector de bobina que se podía manipular al antojo del usuario, es decir, uno con sus propias manos – ¡ah! Cómo extraño lo analógico– podía hacer que las imágenes se movieran en cámara lenta, rápida, se quedaran en pausa o de reversa, lo único malo es que el presupuesto familiar no te daba para variar la exhibición de las cintas de 8 mm, o sea, ese eslogan de “El cine sin fin”, era una tomada de pelo, por cierto entre la chaviza existía el mito urbano de que había películas de adulto en formato CinExin, se los juro que nunca lo comprobamos.

Pue’ que ya los haya hartado con mis rollos de la antigüedad, pero estoy entre ser un enfadoso o un clásico, y es que antes las generaciones éramos más homogéneas, veíamos los mismos programas de televisión, las mismas películas, claro que con seis o siete meses después de su estreno, pero las disfrutábamos tochos, en cambio ahora dizque existe más variabilidad y nos salen con que si Pixar realiza una movie de animales, sus competidores hacen un titipuchal, he ahí el origen de las pelichurros.

Aparte de lo anterior, últimamente he comprobado que ya los filmes no generan en mí esa sensación de alucine de antaño cuando al abandonar la sala y durante el recorrido pa´ la casa una rama de almendro se convertía en espada láser, ya se imaginarán a un joven de abundante cabellera –sí, alguna vez tuve folículo piloso en la mollera– y abdomen blandía su sable de luz, era algo así como una especie de guardia gamorreano con arma de Jedi. En las de kárate echaba patadas dando el clásico gritillo tipo maullido de Bruce Lee, claro que en lugar de parecerme al actor de Operación Dragón, era todo un Kung-fu Panda.

Creo que ahora por la escasez de serotonina, mi estado de ánimo, así como la ansiedad y la felicidad han disminuido, entonces cada cinta ya no llega a generar la inspiración suficiente para emular al personaje principal, además, con eso del karma negativo en los cines, pues ya ni voy, prefiero esperar a que las películas salgan a la venta y verlas en la comodidad del hogar, pero… siempre hay un teléfono que suene o alguien que toque la puerta, y en el peor de los casos quedarme dormido.

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