jueves, 2 de febrero de 2017

El olor de la guayabilla

El fin de semana pasado mientras arreglaba el pequeño trecho de jardín que se ubica a un costado de la cochera -a pesar de no tener vehículo, bueno, yo no tengo la culpa que en el diseño de la casa la incluya-, al mismo tiempo que mi vecino estudiante de filosofía lavaba su lujoso coche, de pronto mi atención se centró en un señor que propulsaba una carretilla de esas que se utilizan en la albañilería hasta el tope de guayabillas, mientras una niña como de seis años gritaba “¡bolsa de guayabilla a diez pesitos!”

La señora de al lado presurosa abre la puerta pidiendo una, el hombre detiene su paso y la niña con su manitas coge una bolsa para entregársela, mientras el señor recibe el dinero, lo guarda en su bolsillo levanta la carretilla para impulsarla nuevamente y partir cuesta debajo de la colonia, por su parte, la pequeña continúa ofertando el producto a gritos por la empedrada calle, pues aún queda mucho que recorrer para terminar las 150 bolsas de ese día. El ama de casa admirada, compara el precio del producto recién adquirido con los ofrecidos en el mercado, concluyendo que es una ganga e incluso existe la probabilidad de que quienes lo venden ni obtenga ganancias a favor.

Por su parte, el alumno de filosofía, aplicando almorol a las llantas para revestir aún más el lujo de su moderno automóvil, en su amueblada cabeza ronda la reflexión sobre los gritos de la niña, que para él, son una especie de reclamo a la canija vida, ya que cada mañana que salen les espera un largo y asoleado día, que por las noches factura cansancio el cual produce un intenso dolor tanto de garganta como de piernas que no le dejan dormir, pese a que la rueda de la carretilla gire durante las diversas jornadas, el destino permanece inerte ante el hoy que comienza en cada camino, los pasos que la alejan son los mismos que la acercan a su hogar donde sabe que la precariedad y falta de alimentos aún viven ahí.

Haciendo a veces zigzag en el caminar, el vendedor sopesa con sus roladas manos el medio donde transporta las guayabillas, mientras hace un esfuerzo por conservar el equilibrio ya que en cada brinco provocado por el empedrado, las frutas se apretujan despidiendo su característico olor, que le hace planear para mañana regresar con el gancho a cortar más de los árboles que abundan en el camellón y comprar bolsas en la abarrotería de Chano, al fin que sólo le cuestan unos cuantos pesos. Así como ellos, en este 2017 es como muchos se la rifan, año en que la calidad de vida de una persona se mide por el precio de la gasolina, lo que hace que el empleo más caro sea el de traga fuego.

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