jueves, 7 de enero de 2016

Sólo para oídos castos

Ya regresé, gracias al Creador por la visa de otro año más, ahora estoy con la incertidumbre de saber si llegaré a volver a celebrar mi onomástico, si gozaré de mis facultades mentales ese día de febrero que cada cuatro años alguien inventa con la intención de que no se pierdan las horas que los minutos van acumulando. Es una pena ya no tener el pretexto cada domingo de encender el televisor al alba para ver el programa de En Familia, que conducía el filósofo de la catafixia Chabelo, hoy no sé qué inventar para estar despierto a esa hora; tengo la esperanza que gracias a la maravilla del marketing la más fuerte pluma del anticapitalismo Eduardo Galeano publique más libros para deleite de nuestras bibliotecas.

Por estos días muchos ya hicieron a la ro-ro niño con el muñequito que les salió en la rebanada de la Rosca de Reyes de ayer o de plano lo escondieron en su bocota tragándoselo bajo el pretexto de que era un pedazo de membrillo, gracias a esa extraña sensación de experimentar una especie de embarazo no deseado cuando éste les sale, híjole lo que hacen algunos con tal de ahorrarse la tamaliza del 2 de febrero para los gorrones de la oficina.

Nunca he sido de propósitos de esos que se pone la momiza como pretexto para soportar los 366 días que intentarán sobrevivir, como: bajar de peso, realizarse la liposucción, injertarse cabello donde ahora hay frente, ponerse las muelas que faltan o realizar esa cirugía de miopía, en fin todas esas cosas que en definitiva no van conmigo – ¡aja!

Lo único que si estoy intentando y no se trata de una mamarrachada tipo propósito de año nuevo, es evitar escribir improperios, na`quever con la patética situación del Negrito Sandía, sólo que ahora con la edad que voy acumulando uno se pone nostálgico, al grado de ponérsele el ojito blanco como a Remi, al llegar recuerdos de épocas cuando en lugar de decir en casa de mi tío, se decía “en ca´mitío”. De cuando la abuela materna utilizaba como instrumento correctivo la sandalia –zurras que además de reprender malos modales, también nos limpiaban el aura, alineaban chacras y nos ahorraron infinidad de terapias psicológicas– para erradicar de nuestro lenguaje esas palabrotas que para el vox populi es común cuando desahogan la ira.

Entonces con tal de camuflar el lenguaje de mentadas de jefecita o que no se notara que estábamos enviando a alguien de tour al destino más visitado por los mexinacos, recurríamos a palabras como chintolo, jijurría, tiznada, jijos del maíz y móndrigo. Incluso la abuelita cuando se encolerizaba recurría a este tipo de diccionario con tal de exorcizar su coraje. Así es apreciado lector, años atrás, mucho antes de que Adal Ramones utilizara en televisión nacional ese “hijo de su pink panther” o el fresosísimo “está cañón” del Yordi Rosado, quien redactó este texto decía malas palabras disfrazadas de buenas para los castos oídos de sus mayores.

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