miércoles, 15 de abril de 2015

Poderes extrasensoriales.

A Ramón y Martín.

Era un atardecer de cualquier domingo, avanzaba con flojera la década de los setentas, los pantalones acampanados en terlenca, zapatos de alto tacón y las camisas de bolitas en poliéster eran la onda y obvio las minifaldas a go-go para las chamorrudas damas la neta, ese día después de ir a dar vueltas como satélite al jardín de San Francisco de Almoloyan, mis hermanos y el que escribe llegábamos corriendo a encender el televisor de bulbos blanco y negro que había en nuestra humilde casa, el motivo de la prisa era ver en el programa que transmitían todos los domingos un segmento donde se presentaría Uri Geller, quien era un especie de "mentalista", cuyo poder psíquico le permitía doblar cucharas y llaves, incluso el televidente podría realizar tal hazaña desde el otro lado de la convexa pantalla, al concentrarse y lograr sintonía telepática con el ilusionista israelí.

Mi hermano Ramón que en ese entonces se sentía con habilidades místicas –pues a sus 16 años presumía de ser el que a más chicas atraía a sus dominios sentimentales– había reunido la llave de la cerradura, dos cucharas y un tenedor, para que en sincronía telepática con el Uri, las doblara. Para colmo del ansia que experimentábamos, el señor de los gruesos lentes de botella nos hizo que nos chutáramos antes al finalista del festival OTI, José María Napoleón, quién además de interpretar la susodicha canción con la que participó en el tiznado festival, cantó otras tres más y fue expuesto ante televisión nacional a los chascarrillos del presentador.

Con su clásico "Aún hay más" y para trastorno de ansiedad nuestro, como inicio del esperado bloque presentó al Mago Chen Kai, quien acompañado de señoritas en paños menores hizo su acto de las sedas multicolores y sacarse de la chistera una paloma, años más adelante este mismo prestidigitador me sorprendería al aparecer en las “Tentadoras” cinta dirigida por Rafael Portillo, cuyo slogan era “una película de muchas risas y poca ropa”, donde interpretaba al asistente de mago que era Andrés García.

Mientras eso sucedía en la cuadrada pantalla, en el exterior sentados frente a ella cual vacas rumiábamos las semillas de calabaza que esa noche mi ágüela había preparado; por fin llegó el momento cumbre o como dijera el magazo Beto el Boticario, la hora cuchí-cuchí, vestido con camisa floreada y pantalón de mezclilla estaba sentado en un set tipo sala de espera Uri Geller, el presentador lo saluda como si fuera un primo que viene del extranjero y explica al auditorio que ha llegado tiempo de establecer comunicación con el ilusionista, mi hermano cierra sus ojos, respira profundamente, no sin antes amarrar a su cabeza el paliacate con el que se descongestionaba la nariz papá tratando de emular a su héroe el profesor Zovek, toma entre sus mano la llave de la casa y como si tuviera reumas la empieza a sobar, sorprendidos nos damos cuenta que el metal comienza a doblarse, mi carnal ufano la coge con las dos manos e intenta unirla, logrando trozarla, atónitos exclamamos: ¡ah, pinche vato, qué chingón eres!

Motivado por este mérito, toma el tenedor y lo dobla, luego hace lo mismo con las cucharas, mientras mi otro brother y un servidor emocionados lanzamos gritos de júbilo, vitoreándolo, animado por ello arroja los cubiertos y levanta los brazos cual campeón de boxeo. Ante tal alboroto, la jefecita hace su aparición y descubre que prácticamente nos habíamos quedado sin llave de la cerradura y descompletado el juego de cubiertos que la tía Chuy le regaló un diez de mayo.

Esa noche, el televisor se apagó muy temprano, las camas nos recibieron mucho antes de lo acostumbrado y nos fuimos a dormir calientitos –no precisamente por lo abrigado, pero la ilusión de mi hermano de poseer poderes extrasensoriales nadie se la quitó. Sabía de su fuerza de voluntad, pues años atrás gracias a la influencia del largometraje Operación Dragón, al demostrar sus pericias en artes marciales había tumbado una pared de capuchino que dividía el patio del gallinero, ahora imaginaba lo que haría el lunes en la escuela con sus nuevas habilidades, tal vez doblar la cancelería y que todos pudiéramos entrar y salir de ella sin la necesidad de pedirle autorización al director Don Quirí Pascuas, ¡eso estaría como tablero de taxi, de alto peluche!

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