miércoles, 11 de marzo de 2015

Pedagogo de profesión

Ciertos alumnos preguntan en qué licenciatura estoy formado y orgulloso respondo que en la de Pedagogía, lo cual remite a mi memoria miope a la época cuando la cursaba, en un principio ubicada en el campus central y al año de haberla iniciado, como gitanos urbanos, nos mudamos al aún sin terminar edificio que actualmente se ubica en el campus Villa de Álvarez. Entre golpes de martillos, piropos de albañiles a mis compañeras de grupo y uno que otro guaco, recibíamos clases cinco generaciones que durante la década de los noventas nos formaba un elocuente equipo docente firmemente encausados por una dama que ocupaba el puesto de directora.

Las clases se fundamentaban en libros aprobados por la SEP o algún consejo editorial, no como ahora que un sitio web cuya información de dudosa procedencia es la panacea escolar. Profesores que con sus opiniones y las nuestras nos hacían reflexionar sobre la problemática educativa. ¡Afortunadamente aún no inventaban las aburridísimas diapositivas del PowerPoint que aletargan el intelecto! Durante las prácticas nos enfrentábamos a casos reales. Hoy ello se resume a una hojita con problemáticas planeadas por alguien y para colmo cuentan con su respectiva respuesta, la cual si no coincide con tu resultado echa al resumidero de la ignorancia la capacidad inventiva de solución, volviendo a caer en el circulo vicioso de que educar es obligar a recibir la información para después repetirla de sopetón y no acordarse nunca más de ella.

Por las madrugadas, cuando dirigía humildemente los pasos a mi entrañable facultad, continuamente encontraba a una señora, la cual siempre a esas horas del amanecer barría la banqueta y seguido cuestionaba la utilidad de mis estudios. Haciendo un esfuerzo para evitar caer en el error de esos expertos que explican algo sencillo de forma tan confusa que hacen pensar a sus interlocutores que tal confusión es debido a su propia falta de intelecto, recurría al discurso aquel que circunscribe a la Pedagogía como una ciencia donde se generan diversos conocimientos y que gracias ella, las personas se vuelven capaces de realizar acciones en pro de la educación.

Apelando a tal argumento, continuaba el caminar con la seguridad de haber definido y explicado mi futura profesión. Años más adelante, en el campo laboral, un jefe en plena reunión informativa de forma sarcástica volvería a poner en duda la práctica profesional del pedagogo, al encontrarse al mando de una oficina donde todos sus subalternos ostentaban ese título. Recuerdo que un compañero de trabajo, cuando cargábamos con enormes cajas de exámenes o hacíamos el tiraje, compaginación y engrapado de los mismos, incluso hasta su respectiva calificación -algo así como chorrocientos mil-, comentaba que tales acciones no se incluían en el perfil de egreso, pero que eran funciones adyacentes a nuestro desempeño laboral, las cuales debemos de realizar para completar el ciclo profesional en el que nos circunscribimos.

Creo que con esto último es fácil justificar la esencia del pedagogo, pues podemos desempeñarnos como peces en el agua dentro del ámbito educativo. Esto lo digo con la certeza de un individuo que cursó un Bachillerato en el área físico-matemático, que pese a ser el mejor promedio de su generación, por una hermosa casualidad del destino, al ir pasando por las afueras de una aula donde ocho aspirantes a la Licenciatura en Pedagogía llevaban una semana de cursos de inducción, fue invitado por la directora a escuchar una sesión. Desde ese momento decidió quedarse hasta concluir cuatro años y medio -¡en esas épocas, así de extenso era el plan de estudios, no es que fuera un teflón!-. Lo único que me disgustó fue que al iniciar el primer semestre, de ser nueve los convencidos en cursar la carrera, el grupo lo completaron con 41 rechazados de otras licenciaturas, quienes no cesaban de manifestar su inconformidad.

Durante la estancia en los muros de la facultad, creamos un polémico buzón de sugerencias que el director de ese periodo aplaudió. Sin tener que recurrir a primeros auxilios, resucitamos la revista Vida Pedagógica, espacio de expresión de estudiantes y profesores donde algunos hacíamos nuestros pininos en los ámbitos editoriales y redacción de artículos de opinión. Tal publicación centraba sus textos en la educación, con ningún afán político ni demagogia estudiantil. Estábamos conscientes de que lo nuestro no eran las pachangas, ni las reinas de belleza, pero cuando realizábamos un evento social lo hacíamos tipo premios Revista Eres. En pocas palabras fueron años donde la mixtura del aprendizaje con la diversión hacía de nuestra estancia un ambiente familiar.

Para mí y tal vez para alguien más, la Facultad de Pedagogía fue un segundo hogar, un espacio donde a través de la conducción de los profesores, desarrollamos las potencialidades que se evidenciarían en el campo laboral. Con este texto quiero agradecer a aquellos que fueron guía, compañía y familia durante más de cuatro años que formé parte de sus vidas. No los pienso nombrar, pues excedería el número de caracteres del artículo y también podría herir susceptibilidades al omitir a algunos, pero ustedes saben quiénes son.

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