miércoles, 7 de mayo de 2014

Habemus Mamá

A tres días de que los medios publicitarios cumplan su cometido: convencernos a todos para que tengamos el pretexto perfecto de reunirnos con quien nos dio a luz en este mundo comercial, pues no hay peor propósito como éste, que mercantilmente es aprovechado dizque para reconocer tan sólo por unas cuantas horas esa enorme labor de años que dedicó a nosotros esta sacrosanta mujer.

A veces tengo la impresión que a muchos nos llena de satisfacción el compartir esos breves momentos que la publicidad nos obliga a darle en señal de reconocimiento y supuesta felicidad, como especie de compensación por los malos ratos que le hicimos pasar cuando éramos infantes o adolescentes y, más aún, aquellos que en la actualidad le seguimos sacando canas verdes a su cabecita de algodón.

Ella que nos enseñó e inculcó la oración del Ángel de la Guarda antes de dormirnos y que en realidad siempre ha sido, precisamente, nuestro propio ángel custodio gracias a esa eterna preocupación de cuidarnos –pese a lo peludote que algunos ya estamos-. Esa señora, que si es joven, posee una capacidad tan reflexiva de una anciana; sí, ella que ya longeva no pierde su vigor juvenil al intentar hacer actividades que a las actuales generaciones les daría flojera.

Mujer que nunca se puso histérica cuando le hacíamos esos magaberrinches y que sin tener que recurrir a la violencia supo siempre cómo tranquilizar nuestros ímpetus. La misma que sin tener que leer el “Mamá coach” o “Madre para Dummies”, fue capaz de hacernos comer cualquier papilla con el truco del avioncito o la retroexcavadora. Ella, con su eterna paciencia, todas las mañanas transformaba un desaliñado infante en un alumno digno de pasarela.

Jamás las tacharíamos de ignorantes, pues algunas, pese a no contar ni con la Primaria terminada, son unas eruditas en todas las materias de la vida. Estamos conscientes de que su ambición no es la acumulación de riquezas, es la satisfacción de ver alegres a quienes aman. Los que aun las tenemos con nosotros, no debemos apreciarlas únicamente en una fecha del calendario para que los demás nos vean con ellas cenando en lujosos restaurantes y dar la impresión de ser unos “hijazos de su vidaza”, intentando jodidamente de compensar ese ingrato olvido, pues ya que no esté con vida, seguro estoy de que daríamos todo por volver a verlas por unos instantes, sentir el calor de sus cansadas manos sobre nuestras espaldas o escuchar de sus labios aquellas palabras que algunas veces fueron bálsamos para los oídos.

Entonces tengamos madre no sólo un día, sino todo el año, aunque en su cumpleaños haga una cena, y para colmo uno de sus hijos no asista, éste sabe que al siguiente día lo estará esperando jubilosa con un plato en la mesa, pues de sobra sabemos que con ellas todos los días son fiestas de guardar y no hay más rico menú para un ingrato que la presencia de mamá.

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