miércoles, 21 de mayo de 2014

Devocionario

Por ahí escuché un dicho que a cada quien le llega su santo, frase que resulta tan cierta si ponemos un poco de atención y escudriñamos los días de la semana para darnos cuenta que los aborígenes de la Ciudad de las Palmeras destinamos un día de los siete que la integran para rendirle culto o devoción a quienes consideramos nuestros santos milagrosos, esas deidades que cuidan de la salud y el bienestar de sus devotos.

Es común observar el peregrinar de los fervientes rumbo a los templos donde los espera la imagen o efigie del santo, como una forma de rendirle culto, algunos se trasladan en sus coches, otros en motocicletas, hay quienes hacen un obligado bicipaseo o llegan también caminando, es más, hasta de ropa deportiva, lentes de sol tipo crudelia y con mascota dirigen humildemente sus pasos hacia aquel sagrado recinto.

Ese día es aprovechado como siempre por los comerciantes de todo tipo, desde ambulantes que ofertan el algodón de azúcar en colores pastel, la jícama con chile, las salchipapas, hasta el merolico que si el santo no te hizo el milagrito de quitarte ese “ojo de pescado”, te vende una pomada que contribuirá a ayudarle a erradicarlo de tus juanetes, incluso en algunas partes también hay tianguis para que saliendo de la iglesia surtas la despensa –¡oh, de nueva cuanta regresan los vendedores a los templos!

En el interior del santuario luce majestuoso el altar donde la imagen del santo patrón se ve adornado con arreglos florales, a pesar de contar con iluminación eléctrica, quienes lo visitan colocan a su alrededor múltiples veladoras como ofrenda por los favores recibidos; algunas personas en señal de reverencia se hincan ante él, dejan escapar lágrimas hipotecando el orgullo de que los demás los veamos, mientras aquellos a los que la vida ha sido un tour con Simón de Cirene en el Monte Calvario, son capaces de ingresar de rodillas hasta el altar denotando según la intención su gratitud o que les haga más ligero su pesar. Las roladas manos de las ancianas pasan por sus dedos las cuentas del rosario que se reza entre cada misterio gozoso, doloroso o glorioso dejando escapar las súplicas y agradecimientos, tanto por ellas y sus seres queridos, pues en sí, la vida misma es un rosario.

No puede faltar esa mística exposición y dedicación de los exvotos o retablitos tan nuestros, donde se prenden o colocan alrededor del santo papeles con dibujos que ilustran el fiel testimonio del milagro realizado, la fotografía del agradecido que explica con lujo de detalles la precaria situación que vivió pero que gracias a la intervención piadosa de esta deidad hoy goza de una salud próspera; es cierto que algunos denotan una mala ortografía y pésima caligrafía, más ello no importa, lo único que cuenta es que fue hecho con el fervor de un profundo agradecimiento, como dijera el poeta, fue escrito con el corazón en las manos.

Los llamados milagritos, son muestras del compromiso que generamos ante una retribución de esas figuras de nuestros santos tan históricos que forman parte del misticismo, los cuales han sido visibles para algunos o invisibles para otros, más lo que cuenta, es ese espíritu de la naturaleza que nos hace tener fe en algo que forma parte de las tradiciones y creencias que cada vez nos mexicaniza aun más, por eso cada quien su santo, cada quien su cruz.

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