miércoles, 22 de mayo de 2013

¡No me gusta la escuela!

Hace algunos años un eminente pedagogo brasileño dijo “Educar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas”, tal frase me remite a los años cuando mi madre preocupada por la educación del menor de sus hijos, decidió inscribirlo en la primaria, espacio donde éste se dio cuenta que existían compañeros de clases que encontraban divertido abusar del inocente o torpe del grupo e incluso el profesor patrocinaba con su sarcasmo tales abusos; gracias a su corta estancia en ese horrible lugar, pudo darse cuenta que además de su nombre de pila tenía hasta diez ridículos sobrenombres, si a ello le agregamos que las acciones que emprendía inmediatamente se convertían en adjetivos llenos de mofa y que las ropas con las que siempre había vestido no eran de la calidad de sus compañeros, razón por la cual éstos lo hacían sentir como personaje de la película “Nosotros los pobres”.

Tales circunstancias lo motivaron a abandonar la educación escolarizada por once años; a la edad de quince impulsado por la preocupación nuevamente de su mamá de que el más pequeño de la familia no tuviera esa palanca de cambios intelectual que es la educación, decide regresar para descubrir que nada había cambiado en las aulas, pues los alumnos continuaban haciendo un western escolarizado, mas ahora estaba peor, pues al que participaba o externaba alguna opinión sobre el tema, lo marginaban o simplemente amedrentaban sus ímpetus por aprender con una burla generalizada y a los profesores aun no les remordía la conciencia por educar en la arcaica cultura de la repetición con lo cual fomentaban la apatía por la educación.

Conforme avanzaba por los niveles de escolaridad se enfrascaba en el perverso proceso de aprender lo que las asignaturas no incluían en sus contenidos programáticos, como la difusa idea de investigación en donde toda actividad académica se cumple copiando textualmente la información de los libros, sin una pizca de aporte personal –de todas formas, si redactaba su modesta opinión, el incrédulo profesor ni las leía o no le daba crédito; reconoció que un alumno es brillante entre sus compañeros si logra demostrar esa habilidad para el plagio durante los exámenes y verle la cara de pelele al aplicador; también supo que no existe mejor proeza estudiantil como lo es copiar la tarea minutos antes de entregársela al catedrático.

En los niveles escolares pudo darse cuenta que algunos de los profesores al jubilarse, heredaban a sus hijos sus plazas, y una vez en el ejercicio, éstos a veces dejaban mucho que desear, pues al no haberles retribuido esfuerzo alguno su empleo, valoraban poco la práctica profesional que ejercían, pues se convertían en docentes que gustosos recibían su salario sin un ápice de vocación; descubrió que los difíciles trabajos escolares, una vez calificados terminaban empolvándose en los laboratorios o bodegas escolares sin ningún uso didáctico, ¿entonces para qué tanto esfuerzo?

Después de haber cursado la opción técnica en topografía, que por esa fecha ofertaba un conocido bachillerato villalvarense, no entró en disonancia vocacional alguna, simplemente se inscribió en la licenciatura donde fue cortésmente invitado por la en ese entonces directora, quien le motivó sobre el ejercicio de la práctica profesional de un pedagogo; al egresar de la educación superior intentó demostrar a quienes les insistían que para hallar trabajo no hacía falta tener un título y que por el simple hecho de contar con uno no nos hace superior a los demás, pues lo importante de cursar una licenciatura es encontrar la utilidad a todos los conocimientos que se adquirieron en ella.

Esa persona por una casualidad hermosa del destino ha pasado quince años de su vida laboral dentro del ámbito educativo, ya sea como docente o administrativo, y tal experiencia le ha enseñado que a los que les agrada la educación y disfrutan de ella son los que hacen un certero proceso de aprendizaje, y a quienes no, pues simplemente buscan culpables de la supuesta “mala educación”.

No hay comentarios: