miércoles, 5 de diciembre de 2012

Los libros tienen la palabra


Este año la Feria Internacional del Libro en Guanatos, no fue mucho de mi agrado, no sé si porque acudí el día que más gente iba o así de aglomerado estuvieron los nueve días que se desarrolló; para empezar antes de ingresar, los staffs te pedían muy amablemente que compraras el boleto –el cual con credencial de estudiante, tercera edad o profesor costaba cinco pesos menos– y que después te formaras, una vez que hacías fila, al cruzar la puerta de ingreso comenzaba el desorden, pues veías a ese mar de personas moverse a donde les apuntara el pie.

Entre tal aluvión de gente, no podían faltar las escuelas primarias y secundarias cuyos estudiantes corrían por los pasillos cual si fuese el recreo, tomaban todo lo que los stands de las editoriales se suponía obsequiarían a sus clientes, es decir, al comprar observabas con ojos lastimeros como ese separador magnético que de mucho te habría servido en el seguimiento de la lectura, el gandalla púber se echaba a la bolsa de su camisa escolar el último, igual los posters de escritores que tengo la plena seguridad, estos confiscados chamacos ni siquiera sabrían quienes eran, y lo más seguro es que terminaría en la bolsa de basura de sus casas y no en el marco color marrón que uno le pondría.

Es más, era tanto el desconocimiento de algunos asistentes por los autores que Don Eduardo del Río García, paseaba como un visitante más por los pasillos, sólo pocos que si se percataron de su presencia se acercaron a pedirle un autógrafo, tomarse la fotografía o solicitarle la dedicatoria en algunos de sus textos. De pronto el lugar se cimbró como cuando Moby Dick se estrellaba con furia sobre las lanchas de Stubb y Flask, debido al dolor causado por los arpones y lanzas que la enredaban, esta vez la sacudida no la provocó ese enorme mamífero, ahora se trataba de una marejada juvenil, que como marabunta destrozaban parte de los puestos de las editoriales con tal de sacarle una foto o video al cantante chileno Beto Cuevas, que imagino fue a comprar libros o a medir su poder de convocatoria.

Los libros se vendían por todos lados, los visitantes adquiríamos textos como si se tratase de compras de pánico, algunos nos fijábamos en los autores, otros en el precio, o sea, no les importaba si el libro fuera una mamarrachada, por el simple hecho de ser barato lo compraban; un selecto grupo de individuos siguiendo el slogan del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, de “los libros tienen la palabra”, solicitaban a los libreros que les proporcionaran textos que les dieran consejos, los orientaran o les apoyaran en la mejora de sus vidas.

Por un lapso de tres horas y media, caminamos entre autores, editoriales y libros, esos objetos que a punto están de la extinción, pues ahora es más rápido hacer una tarea o un trabajo escolar desde la comodidad del Internet, recurriendo al tan socorrido copy paste, que gracias al auge vulgar del ardid estudiantil ahora la fácil tarea de copiar y pegar en lugar de leer se ha convertido en investigación; de todo lo que en esa feria de libreros se vendió lo único que no se pudo comercializar fueron las ganas de leer.

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