miércoles, 23 de mayo de 2012

Conductores suicidas


Tal vez suene pesimista, pero es una pena que en nuestro Estado no exista una sólida cultura de vialidad y tránsito vehicular, pese a que no tengo coche, pues con trabajos puedo manejar mi vida, cómo jodidos me voy a hacer responsable de ir detrás del volante de un automóvil sin saber manejarlo de forma correcta. En mi experiencia como peatón he podido darme cuenta que a pesar de tratarse de dos seres humanos, los roles tanto de chofer como de peatón son antagónicos, tengo la ligera sospecha de que cuando el transeúnte se vuelve conductor se olvida de su rol anterior, demostrando cierta desconsideración por los individuos que recorremos las calles y avenidas a pie.

Es como si la persona que deambula por las calles fuera un obstáculo, es decir, los conductores se vuelven amnésicos y erradican de sus conciencias –bueno si es que la tienen después de sentirse poderosos al poseer un lujoso carro–, aquello de que primero es el peatón; doblan las esquinas sin anunciarse a través de la luz direccional y ni se cercioran de que nadie intente cruzarse; en los semáforos invaden la zona a rayas donde se supone la gente debe pasar, ceder el paso ya no es una muestra de amabilidad, ahora es señal de piedad o como si te estuvieran haciendo un favor; creo que los andariegos para los que conducen son considerados una boya más.

Algunos psicólogos justifican que esas formas de conducir, muchas veces son producto del estrés o el tiempo que se pierde en esas pruebas de paciencia que a diario son sometidos, gracias a los tramos de asfalto en reparación o construcciones de puentes.

También es cierto que cualquier joven después de salirle el pelo en la mano o cambiar sus zapatillas “Mí Alegría” por unas de verdad, deciden aprender los mecanismos de manipular un vehículo, y una vez que los saben, sus progenitores con tal de quitárselos de encima les sueltan las llaves o les compran una ranfla para que se salgan a pasear, más bien, a poner en riesgo la vida de sus semejantes pues ni siquiera conocen un ápice las reglas de tránsito y vialidad, ah pero eso sí, se sienten como pavorreales, así se vea la unidad que conducen como cualquier coche de la película “Cars”, o sea, no se ve quien lo conduce, siendo esto lo que menos importa, pues para ellos las calles son autopistas de Fórmula 1.

Ese chavito tal vez sea el mismo que cuando salía de la primaria o secundaria, el agente de tránsito erróneamente le puso el mal ejemplo de que a pesar de estar en verde la luz del semáforo, éste se puede pasar, pues al fin de cuentas en ese momento el agente vial lo acompaña y por sus puros tanates los choferes tendrán que detenerse, no sería mejor que ese agente le enseñase a respetar al semáforo desde temprana edad para que cuando llegue a manejar tenga la firme noción de su uso.

Otro constante peligro son los usuarios que al familiarizarse con su transporte se les hace fácil realizar llamadas de celular, enviar mensajes de texto, ir hablando por radio, maquillarse o agacharse a recoger objetos en plena marcha, platicar con el copiloto como si estuvieran en un restaurante, en fin miles de acrobacias dignas de los pilotos suicidas.

Entonces a los viandantes, lo único que nos queda es salir con los sentidos bien alertas, como lo hacen los perros callejeros – ¡vaya que ellos son más hábiles para sortear las transitadas avenidas que nosotros!–, pues no vayamos a toparnos por ahí a algún ingenuo automovilista que al sentirse el amo del camino, nos convierta en estadística de la tasa de mortandad en el Estado.

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