miércoles, 18 de enero de 2012

Instantáneas

Cierto fin de semana mamá pidió de favor que le arreglara sus álbumes fotográficos, pues se encontraban algo deteriorados debido a las inclemencias del tiempo; lo más fácil era comprar unos nuevos, pero como ella es muy apegada a sus cosas y además conoce el orden de las fotos de esos antiguos álbumes, no tuve más alternativa que repararlos, poniendo manos a la obra con cinta masking y resistol.

Conforme remendaba y acomodaba las imágenes en sus respectivas páginas vivía infinidad de anécdotas y recuerdos que gracias al fabuloso papel del señor George Eastman, podía apreciar de distintos colores, tal cual la vida misma se nos presenta durante el desarrollo, las fotos antiguas con sus tonos grises y sepia, la forma de vestir que en cada etapa imperaba, así como el lenguaje corporal de los ahí plasmados gracias a la magia del la luz traviesa que ingresa a través de un obturador de la cámara para capturarlas.

Incrédulo, pues siempre me he sentido el mismo, observaba la metamorfosis que fui experimentando con el transcurrir de los años, de ser un simpático e impúdico bebé encueradito tumbado sobre un cobertor, pasar al niño que se divertía jugando descalzo con una caja de zapatos tirada por un pabilo, y que después se transformó en el rollizo hormonal adolescente que con tan solo dos dedos de frente, cantinflesco mostacho y cachetes llenos de granos se atrevía a sonreír a la lente de una cámara para quedar perpetuado en esa época cuaternaria. Hoy con más de cinco dedos de frente, piel holgada por las dietas desordenadas que he llevado, me divierto jugando a ser feliz e incluso sería capaz de cambiar mis nuevas arrugas por aquel acné que una vez tuve.

En otras de las gráficas aparece a mi lado Toribio, entrañable amigo de la infancia, célebre porque gracias a su pinche nombrecito fue uno de los precursores del bullying de origen por antonomasia; y qué decir de mis compañeros de generación del bachillerato, el Tubas, el Pinzas, Pimpón, el Cebiche, la Rata, entre otras faunas nocivas más, que posan bien orgullosos con peinados modernos que les disimulan sus cuernos, el “exitoso” día de nuestra graduación, y lo único que recuerdo son sus apodos, así como las más de mil estupideces que hicimos durante la estancia en el nivel medio superior.

Otra fotografía nostálgica es la de doña Atanasia, la señora que vendía tortillas hechas a mano amiga de mi madre, la cual por cierto no sabía leer ni escribir, y cuando recibía cartas de los Estados Unidos que su hijo Hilario le escribía, acudía con mamá para que se las leyera; algunas veces cuando el contenido de la misiva era triste o trágico, mi jefecita hacía ciertas modificaciones positivas al leérselas para no preocuparla, la misma técnica utilizaba cuando le redactaba las cartas remitentes, la verdad no es correcto como ella lo hacía, pero la intención es lo que cuenta.

Curiosamente dos hojas de un álbum son ocupadas por el zoológico particular de la casa, pues en ellas se observan las diversas mascotas que se han sumado a nuestra familia; otras dos más las llenan los nietos con la clásica fotito donde se les puede ver haciendo diversos gestos, como llorar, sonreír, hacer pucheros y “viejitos”, entre otras monadas enternecedoras. Los demás álbumes se complementan con diversas imágenes sobre los distintos viajes y convivios entre los que sobresalen cumpleaños, bautizos, velorios y hasta sepelios, estos dos últimos se me hacen muy masoquistas, de por si la muerte es algo desagradable, imagínese conservar momentos tan dramáticos como la pérdida de un ser querido para después observarlas en la comodidad de tu hogar.

Por tal razón esta experiencia me lleva a concluir que las fotografías son evidencias que se conservan como fiel testigo de todos esos instantes importantes, en los que nos inmortalizamos para después morir, pero que gracias a la magia de la tecnología hoy no son tangibles, pues sólo se pueden apreciar a través de una pantalla e incluso son más fáciles de perder.

No hay comentarios: