miércoles, 9 de febrero de 2011

Le hemos dado un mal nombre al amor

“Everybody`s making love and no one really cares”. John Lennon

Uno de los cuatro asiduos lectores que tengo, en cierta ocasión me sugirió que escribiera sobre el amor, imagino porque está recién casado y esa vez nos encontramos en un conocido club de video, donde además de ello, me recomendaba puras películas románticas, para que se den una idea de cómo está de enamorado, ese día me enteré por su propia voz que no le agradan los filmes pornográficos, debido que al final nadie se casa.

Menuda situación, cómo voy a escribir del amor, si soy el más vil ejemplo o antítesis del romanticismo, pues hago promesas a mi pareja que nunca cumplo, soy meloso cuando se me antoja, posesivo, celoso, falto de confianza, descuidado en los detalles y olvido las fechas importantes de la relación.

Es más, considero desgastante pasar el resto de una vida intentando ser el ideal que nuestra pareja tiene concebida; la sensación de tener que complacer a otro, además de denotar una baja autoestima, con el paso del tiempo llega a estresar, y como es sabido tanto estrés cansa.

Muchas de las veces me pregunto cuando escucho a parejas hablarse de forma cariñosa, si están reafirmando sus sentimientos o simplemente quieren autoconvencerse de que continúan queriendo a esa persona con la que comparten su vida.

Cuando un divorciado se casa, se vuelve algo parecido en la ecología al reciclaje, sólo que aquí lo hace para compartir su solitaria y aburrida vida con otro ser igual de hueva que él; como una vez dijo el Groucho Marx, "la principal causa de divorcio, sin lugar a dudas es el matrimonio", entonces ¿para qué casarse? ¿Acaso los sentimientos necesitan de etiquetas?

Cuando su pareja le pregunte, ¿qué somos? Usted con firmeza le puede responder que son humanos, mujer y hombre o mexicanos, digo, para qué anteponer títulos de estatus sociales como noviazgo, matrimonio o amasiato; honestamente no sé porqué los homosexuales fueron tan masoquistas al ponerse a exigir se les autorizara contraer nupcias, pero bueno, a ellos también les ha de gustar la mala vida.

Digo, para qué entrelazan sus vidas legalmente si a menos de un año ya estarán tramitando la separación en un juzgado, después de tanto cariño, apapachos, caricias e intercambio de fluidos de todo tipo deciden dar por concluida la relación, es como si Eva interpusiera su demanda contra Adán por no darle una vida doméstica honorable, de ser cierto uno se pregunta, ¿qué más quiere, no estaban en el Paraíso?

Es gracias a la influencia de la mercadotecnia que todo los sentimientos de afecto los queremos hacer tangibles, razón por la cual las empresas hacen su negocio, lucrando con nuestra supuesta forma de amar; situación que no estoy de acuerdo, pues el amor se demuestra con hechos, acciones y gestos humanos, no con materiales que se utilizan una vez, ¡hágame favor, pedir disculpas mandado flores! ¿No es más humano disculparse de forma verbal?

Además es algo ridículo reconocer la importancia sentimental del mensaje de texto en los celulares o creer que con llamarle cada cinco o diez minutos hacemos sentir que nos importa, eso más bien es hostigamiento; por lo tanto este catorce de febrero rejúntesele a su pareja, practíquele un delicioso arrumaco y no olvide que lo mejor de la vida no se compra, debiendo amar sobre todas las cosas, por ejemplo, sobre la cama, arriba del sofá, en el suelo aunque duelan las rodillas, en la arena a pesar de que se filtre en los lugares más recónditos, o sea, si el amor es ciego, entonces hay que agudizar el tacto.

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