miércoles, 16 de febrero de 2011

Jugar por jugar

Cierta vez que me encontraba en abnegada y obligada aptitud de pilmama de mi sobrina de ocho años, acompañándola en una fiesta de cumpleaños, estando observando el espectáculo del payaso, pude notar que a la mayoría de los infantes les importaba poco lo que hiciera el supuesto arlequín, creo que los más interesados en participar dentro de las dinámicas eran los adultos, pues eran ellos los que respondían a las trivias con la idea de no evidenciar la ignorancia de sus retoños.

En su desesperación por atraer a los niños el payaso optó por organizar juego de rondas infantiles, fue cuando pude escuchar a uno de los pequeños decir que eso era para niñas y, si los chamaquitos participaban se les caería el pitito.

Órale, esas palabras eran de mucho peso para un cuarentón como yo, que durante la infancia el mejor horario de diversión era la noche, cuando un grupo de niñas y niños me invitaban a participar en esos juegos colectivos tradicionales donde se cantaba con rimas y a la vez se realizaban ciertos movimientos que emulaban la letra de la canción; digo, no era tan gay simular las labores domésticas del “patio de mi casa”, pues no importaba el sexo, lo único que se tomaba en cuenta era vivir el momento de esparcimiento que tanto hombres como mujeres gozábamos, es más, no había necesidad de un exagerado estudio de género para concientizarnos sobre la igualdad de sexos en las comisiones de las faenas del hogar.

Resultaba agradable convivir entre toda esa algarabía y bullicio que mezclaban alegría e inocencia con tintes de ingenuidad, pues entre los jugadores nos tomábamos de las manos, de los hombros e incluso hasta abrazos sin ningún pinche morbo, a diferencia de hoy que los pequeños nomás se rozan la mano y el confiscado chamaquito empieza a decir que es su novia o su libidinoso papá alardea que su gallito anda en el gallinero tras las pollas.

Se dice que las rondas infantiles fueron traídas a nuestro país por los conquistadores, utilizadas como pretexto para castellanizar a los aborígenes; expertos en lúdica afirman que los juegos practicados a través de ellas promueven la participación en grupo, el respeto, la colaboración y el ejercicio físico, evitando ese jodido sedentarismo que promueven los juegos de video que tanto gordinflón infante nos ha dado.

Fue en una fiesta popis donde nos hicieron jugar rondas con la guía de un disco de vinilo que además de incluir la letra de las coplas también se explicaba como debían hacerse los movimientos para representarlas, coartando así nuestra capacidad de improvisación, lo que por ende se volvió un tedio, pues la madre del festejado como sargento dirigiéndose a sus reclutas obligaba a llevar los pasos de forma coordinada, lo cual me hizo recordar una de las razones por las que detestaba la escuela.

Y es que en su mayoría, los juegos de rondas los aprendías como todo lo importante de la vida, en la escuela de la calle, cada grupo de conocidos nos los presentaba como algo novedoso que además de divertirnos afianzaba los lazos de amistad; ahora que recuerdo, ¡qué divertido era robarse a Doña Blanca! Para serles honesto, por lo tergiversado de las versiones de esta copla, siempre dudaba si el estribillo hacia referencia al “Quijotillo”, ese personaje cervantesco de la lánguida figura o se centraba en un “chicotillo”, la tira gruesa de cuero que se utiliza para azotar a los cuacos.

Fue años más adelante cuando al revisar el cancionero de la Compañía Infantil de Televicentro, supe que la forma correcta de pronunciarlo es “jicotillo”, una avispa gruesa de color negro y panza amarilla, que al picar produce un dolor intenso, ahora comprendo el porqué de los pilares de oro y plata, y la verdad ya sabiendo a que se refiere no luce tan terrorífico como lo imaginaba.

Resulta imposible olvidar a Juan Pirulero, donde sacabas tu vocación al emular equis profesión, así como casi terminabas encuerado al ir dejando cada prenda al perder; que agradable eran los encontronazos de los maderos de San Juan cuando la fila de enfrente se acercaba a uno en cada “aserrín, aserrán”; la divertida “Víbora de la Mar” que no dejaba pasar a los de atrás, brindándote la capacidad de elección entre el melón, la sandía o de perdida la vieja del otro día.

Fue una pena que en la década de los ochentas cierto intelectualoide relacionado con la educación pública, bajo el argumento de que las rondas infantiles eran exigentes, crueles e incluso fomentaban el miedo al inculcar valores estrictos; las satanizó a tal grado de lograr su prohibición en las escuelas de preescolar donde las educadoras las fomentaban como herramienta del sano esparcimiento y la cohesión grupal.

En la actualidad nuestros infantes juegan a ser adultos, para cuando crezcan querer volver a ser niños, además casi todos sus juegos son violentos, carentes de paz y armonía, es más, denotan mucha influencia de los mass-medios, pues si utilizan carritos siempre quieren tener los más modernos, la Barbie es “totalmente palacio” y toma pastillas anticonceptivas, gracias a Max Steel hay monjas sin violar, se ha disminuido el combate al narcotráfico, y los juegos que implican cierta actividad lúdica, se convierten en cuadriláteros de la WWE o pista de carreras, lo cual nos hace suponer que en sí toda la niñez es hiperactiva o que los niños en lugar de leche materna consumieron RedBull.

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