miércoles, 2 de febrero de 2011

¿Anciano yo?

“Hace un siglo que te hizo el alfarero
y ni ánimas que ocultes los cien años que te tragas”.
Francisco Gabilondo Soler.


Cuenta la historia de la filosofía que al llegar a la senectud Diógenes de Sinope, un vagabundo y sabio pensante de las calles de Atenas que convirtió la pobreza extrema en virtud, por fin se puso a trabajar, la gente al verlo tan decrépito, le sugerían que se abstuviera de realizar tantas actividades y que mejor descansara. Él simplemente les respondía, ¿acaso cuando el competidor va a llegar a la meta, es cuando más ánimo imprime a su carrera para ser el primero en llegar?

Esto lo decía Diógenes, porque él era inteligente y además un cínico por excelencia. Acá entre nosotros los seres ordinarios, muchas veces nos causa admiración observar a ese octogenario que a pesar de ser prospecto a jubilación continúa desempeñándose en su empleo de forma óptima, escribo óptima, porque existen seniles que se les olvida que su organismo ya no es el mismo, que el paso de los años poco a poco nos va desgastando, por lo tanto ya no tenemos las mismas habilidades, destrezas y capacidades de antaño.

Dice mi peluquero, que cuando a uno le comienza a crecer cabello en el interior de las orejas y no sobre el cráneo, es sinónimo de ancianidad; pues con el transcurrir de los años al ser humano le crecen la nariz, las orejas, los vellos de sus respectivas cavidades, es más hasta las cejas se vuelven especie de abanicos sevillanos, el único que no crece es el miembro viril, ese al contrario como osamenta de tortuga se esconde.

¿Entonces cómo diablos nos empeñamos en ser lo que un día fuimos? A poco no es patético el anciano que todavía se siente galán, cabello negro de reconocida marca, bañado en perfume para disimular el olor a polilla, cortejando a chamaquitas de 16 a 25 años, porque las de edad más avanzada están rucas, los clásicos tipos que se defienden con el nacanizado lema, “a gato viejo, ratón tierno” o “gallina vieja hace mal caldo”.

¡Huy si cómo no! Lo único que obtendrán como resultado es ser un provecto con cuernos, pues la “dichosa” jovencita con tal de conseguir algún beneficio lo aceptará, le dará cuerda de que es un garañón -recuerde estimado lector que quien cuerda te da, ahorcado te quiere ver-; y el día menos pensado, esta damisela saldrá con una persona de su edad a escondidas, aplicando la táctica de ojos que no ven corazón que no siente.

Respecto a las artes del placer coital, a esa edad se vuelve toda una sátira del macho nacional, es decir, el acto sexual se convierte en un acto de fe, donde a pesar del supuesto placebo que las pastillas de color azul otorgan, por la ansiedad que experimentan al sentir el supuesto vigor sensual regresan a su adolescencia, transformándose en potentes eyaculadores precoces; y lo más triste, muchas de las veces que ingieren esos estimulantes, el músculo que se les para es el cardiaco, además es tanto el orgullo cuando se recupera la potencia sexual por el viagra que muchos alardean de practicar onanismo en repetidas ocasiones.

Es una triste realidad que cuando nos vamos volviendo viejos, muchas de las veces nos percibimos ignorados, como que nadie nos otorga la importancia merecida, es más, cuando alguien le hace plática a un anciano sobre equis tema, caen en la parla e incluso involucran a sus familiares a tal grado de ridiculizarlos, resultando vergonzoso para la parentela, si por casualidad se encuentran cerca de ahí, y éste ni cuenta se ha dado de ello.

No es que esté menospreciando el empeño, la dedicación, tenacidad y experiencia que un ser humano en la longevidad posee, lo que pasa es que muchas veces, por el pánico a sentirse excluidos del ritmo social, intentan olvidarse de los límites que facturan los años, dejan de lado los achaques que se van cosechando a causa del ritmo de vida que han llevado; es decir, una cosa es confundir las ganas de mantenerse vigente con la terquedad de querer aparentar lo que no se es.

Creo que conforme vamos desarrollándonos, si tomáramos conciencia la etapa en la que estamos, seríamos humanos más realizados, esto significa, tomar en consideración la serie de cambios fisiológicos que en cada una de ellas vamos experimentando, su impacto en los aspectos psicosociales; y lo más importante formarnos una serenidad de juicio.

Conforme envejecemos deberíamos dejar de ver este lapso de tiempo como una fase final, y considerarla como una etapa de maduración que nos permita reconocer la jubilación como una compensación al esfuerzo de los años laborales que invertimos, aceptar que vamos a depender de otros en un 80%, aprender a superar la pérdida de los seres queridos, y lo más importante reconocer nuestras deficiencias y virtudes, y más ahora debido a la fractura de 350 kilómetros de longitud que dejó el sismo del 2010 en Chile entre la Plaza de Nazca y la Sudamericana acortó los días de nuestro planeta 1.26 microsegundos, lo cual sin lugar a dudas apresurará el avance de los años y con ello la edad.

No hay comentarios: