miércoles, 12 de enero de 2011

Nuestro perro

“Aunque fue de todos, nunca tuvo dueño
que condicionara su razón de ser”. Alberto Cortez

Dicen que los hijos pagamos las consecuencias de los actos de nuestros progenitores, y tratándose del hecho que muchos denominan como “el pecado original” con más razón; esta hembra cometió el grave error de salirse de casa cuando por un torpe descuido dejaron el cancel abierto, ella encontrándose en celo, secretando feromonas que atrajeron la libido de un zarrapastroso y callejero perro.

El apareo fue interrumpido por Juana, la trabajadora del hogar, que rauda llenó una cubeta con agua y se las vertió, logrando con ello la separación de ambos animales; irónicamente no pudo evitar que éste dejara su semilla en el vientre de la pequeña French Poodle. Pasado un par de meses paría tres cachorritos, dos hembras Caniches y un alaciado prieto macho que más bien se asemejaba a un Terry, pero sin el emblema escocés.

Con el transcurrir de los días las cachorritas fueron adoptadas, mientras “Negrito” seguía como hijo consentido, disfrutando de los cuidados de mamá, además de alimentarse sanamente. Un fin de semana los actuales dueños lo separan de su madre, subiéndolo al coche, después de un largo paseo por la periferia, sin ningún remordimiento lo abandonan con su tazón repleto de alimento en un despejado espacio donde había unas extensas escaleras tiradas por el suelo.

Al caer la noche Negrito, experimentó por vez primera lo que a partir de esa fecha sería su modus vivendi, la soledad, ese sentimiento que muchas veces amedrenta la autoestima haciéndonos sentir débiles; razón por la cual corrió lleno de pánico al experimentar el sonido emitido por el monstruo gigantesco metálico que viajaba a todo lo largo de las escaleras.

Así vagó por diversos sitios, mal alimentándose, saciando la sed en agua de los charcos que encontraba a su paso; en todos los lugares donde anduvo, notaba la diferencia de las personas en el trato hacia él, sólo la gente que sufre como pordioseros, niños de la calle e indigentes no era distinta, en cada parte eran igual de dadivosos, pues compartían con él lo poco que conseguían de alimento.

Su espacio favorito era el centro histórico de la ciudad, pues a diario se encontraba infinidad de alimentos que por descuido los peatones tiraban sobre la vía pública; por las madrugadas las sexo servidoras y travestis le daban trozos de comida chatarra que continuamente consumían para mitigar la ansiedad de no conseguir cliente, de igual manera en la cenaduría de doña Petra le guardaban los desperdicios de sus comensales, lo que se traducía en un rico banquete digno de reyes.

Una mañana al transitar por la avenida principal, un transeúnte salió presuroso de una tienda de joyas, con la prisa que llevaba no se fijó y le propinó tremenda patada lo cual hizo que el can reaccionara de forma violenta, regresándole una mordida en la pierna, con lo que sus colmillos se trabaron entre la mezclilla del pantalón impidiéndole seguir avanzando. Gracias a ello los agentes de seguridad pudieron darle alcance, evidenciando que ese individuo era un ladrón que minutos antes había asaltado el citado negocio.

Al día siguiente la prensa en primera plana y los vendedores de periódicos boceaban el acto heroico de Negrito, es más, personal del centro de control canino hasta le pusieron un nombre –que por cierto era horrible- para hacerlo ver importante; a partir de ello, de la noche a la mañana se volvió una respetada celebridad y como por acto de magia de pronto surgieron prospectos para su adopción. Un acaudalado millonario de apellido arábigo ofreció a la perrera municipal hacer una considerable donación si le permitían adoptarlo, además de comprarle un collar en fina piel con pedrería y oro; por su parte el prominente empresario dueño de la cadena de tiendas departamentales prometió poner a disposición del animal la atención médica de los mejores veterinarios para su higiene y salud.

Una institución que se hace responsable de acomodar en adopción a las mascotas de las familias pudientes, con el pretexto de buscarle un dueño digno lo reclamó, consideró que de no haberse suscitado el hecho heroico, el animal continuaría en la ignominia, y tal fundación ni en cuenta lo hubiera tomado, pero qué se le va a hacer así de excéntricos somos los humanos; hasta el momento ahí se encuentra, sigue solo, dejando de formar parte de nuestro paisaje y abandonando a todos esos amigos que acompañaba en la soledad de sus vidas.

Además ya no va ser posible caminar por el centro e imaginar observar un perro volador de capa roja surcando los cielos diciendo, “no hay por qué temer, Supercan cumple con su deber”, al escuchar eso los pillos les temblarán las corvas y nosotros nos sentiríamos seguros de contar con un guardián fiel.

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