miércoles, 8 de septiembre de 2010

Sueño vivido

“Lázaro, levántate y anda,
ponte el apellido, vuelve del olvido,
engánchate a la oferta y la demanda.” Sabina-Páez

Existe un instante en el momento que suena la alarma del despertador, cuando nos enderezamos de la cama, nuestra mirada permanece puesta en un punto fijo entre el horizonte del suelo y la pared; mientras nuestro cerebro como por arte de magia comienza a fraguar una serie de vivencias. Es como si despertáramos a otra realidad.

Esa madrugada don Pedro, el carpintero viudo de mi colonia, al ponerse de pie sobre el lecho, se observó rodeado de todos los perros que ha tenido y que el desdichado tráfico de la ciudad se los arrebató. Al unísono los canes movían sus rabos y se esmeraban por lamerles las manos; de pronto la puerta del cuarto se abrió dejando entrar una luz azul celeste que iluminó la habitación, era su difunta esposa Bertha, que estirando los brazos se acercó hacia él, lo apretó y tomándolo de la mano se lo llevó con ella, seguidos por la manada de mascotas.

Tres días después, los vecinos de don Pedro notamos su ausencia gracias al fétido olor que su casa despedía debido a la descomposición de su cuerpo, los forenses determinaron que la causa de muerte fue un letal infarto del miocardio.

El amanecer sorprende a Kukis, su mamá le avisa que el desayuno ya está servido, corre apresurada hacia el baño dispuesta a ducharse, pues sabe que en su amado bachillerato la esperan sus inseparables amigas, ¡híjole! todo lo que tienen por charlar en el receso; disfrutar del sarcasmo de sus profesores, la guasa de sus compañeros y las divertidas ocurrencias de los del semestre avanzado.

Entonces un enorme bostezo la regresa al cuarto oscuro y acojinado del pabellón psiquiátrico que la resguarda de su fatal esquizofrenia, se talla los ojos, ensancha sus pupilas y esboza un enorme suspiro, pues por unos cuantos segundos pudo estar donde siempre ha querido permanecer.

El tintineante sonido del reloj a las fatídicas cinco treinta de la mañana, permite a Lucrecia que se despierte, mientras se quita el negligé escucha el claxon de un automóvil, se asoma al ventanal, descubriendo al caballeroso chofer de taxi, que apresurado agita su mano invitándola a huir con él, la mujer presurosa empaca las maletas, pisando con la punta de los dedos abandona la casa, no sin antes pasar por la recámara de su ingrato marido que duerme al lado para mirarlo con cierto desprecio y burla, pues por fin encontró al hombre que le brindará respeto y la importancia que se merece; de pronto una estruendosa voz la vuelve a la realidad, cuando escucha, ¡Perra, vieja haragana, ya levántate para que me prepares el almuerzo!

Son las siete de la mañana, la mamá de Genaro, lo despierta con un ligero movimiento, el pequeño de escasos cuatro años se endereza sobre la cama, mientras su madre con toallitas húmedas limpia su cara y le pone la camisa del uniforme, el niño con la vista al infinito del clóset, de reojo percibe la silueta de su amado padre, el cual ayuda a su exesposa a terminar de arreglarlo; una vez vestido lo toma de la mano y salen rumbo al temido lugar.

Esta vez el infante orgulloso y seguro de sí mismo por la compañía que le brinda su papá, mientras caminan juega a no pisar las líneas que figuran los rectángulos que se forman en la banqueta; al parecer la vida por fin le sonríe, atrás quedaron los terribles problemas de la separación de sus progenitores, hoy esa estabilidad emocional que otorga la compañía del padre le anima, a tal grado que hasta regresa los saludos de las personas con una sonrisa, ha dejado de ser huraño.

Además no le importa ir al escalofriante sitio donde durante cinco días de la semana es enclaustrado, tampoco teme recibir la hipócrita bienvenida que la simulada madre putativa le da con sus jodidas vestimentas de toalla color púrpura, que le asemejan cierto parecido al Ratón Crispín; tiene el valor de ingresar a ese pequeño reformatorio, en el que lo espera el gordo niño que a diario lo muerde, el desprecio de las engreídas niñas y es capaz de resistir la humillación de las demás madres, cuando escuche las murmuraciones por ser el último que recojan.

De pronto un fuerte sacudión lo regresa al mundo real, escucha la desesperada voz de mamá que angustiada le dice, “con una tiznada, ya no te duermas se nos va a hacer tarde, como tú no tienes un jefe tan jodón”.

Es increíble como en razón de minutos nuestra mente se despierta más rápido que nuestros sentidos, por otro lado… -¡Marcial, despiértate que ya es la hora!- Haajummm, ¿Qué hora es? ¡Heeeee!

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