miércoles, 5 de mayo de 2010

La insoportable levedad del ejecutivo

“A ver si se va usted fijando
y cuando esté marcando
no lo haga con los pies”. Francisco Gabilondo Soler.

Tengo una semana soportando a un desgraciado tipo de acento centroamericano que todas las madrugadas al filo de las 3:00 a.m., llama a la casa para ofrecerme, según él, la oportunidad de mi vida, una pinche tarjeta de crédito con la cual puedo obtener un sin número de beneficios, ¿cómo se les ocurre a los bancos hacer sus promociones a esa hora? A lo mejor es una excelente estrategia de marketing, pues a sabiendas de que uno se encuentra mitad modorro, mitad somnoliento y todo lo demás apendejado, con las neuronas pegadas en el cráneo por efectos de la almohada, chance y logren convencernos de aceptar ese tipo de préstamos económicos.

Estoy consciente de que la necesidad es mucha, pero vivir con el día cambiado como esos imbéciles telefonistas, a los que sus jefes les llaman de forma decorosa “Asesores financieros”, es una reverenda bazofia, para mí son unos pela gatos; ya sé que en ese horario resulta más factible encontrar a la “víctima”, pero por favor, ¿todos los días a la misma hora?

Hay noches que prefiero esperar la llamada, pues de seguro me espantará el sueño y al día siguiente voy andar más idiota que de costumbre; para tratar de evadir este lamentable hecho, he desconectado el teléfono o descolgado el auricular, pero siempre me arrepiento gracias a la zozobra de que existe la probabilidad de que algún familiar nos busque por alguna emergencia y nosotros por el hostigamiento de ese cabrón vamos a estar incomunicados.

Muchas veces me pregunto, ¿cómo será el curso de capacitación para esta clase de empleos? Imagino al instructor un tipo robusto con cara de sargento mal pagado insistiéndoles a sus discípulos que deben de ser persistentes, constantes y exactos con el cliente; ¡claro tarado, como a ti no te están jodiendo todas las madrugadas!

Otra táctica que he utilizado es recordarle de forma verbal a la memoria de su abnegada madrecita y después de ello abruptamente colgarle, mas este sujeto tiene una concha de acero o de plano por ser extranjero no comprende la naturaleza de un insulto nacional, pues a la aurora siguiente ahí está. Otras veces le he dicho que si sigue insistiendo llamaré a mi compadre que es procurador para que me apoye rastreando la llamada hasta dar con él, y lo encierre tras las rejas; pero ni así logro convencerle de que ya no insista.

Espero que un día no logre captar mi lapsus brutus y por fin para descansar acepte, viéndome encharcado con un dinero que ni siquiera es mío, pero que es tan fácil de gastarlo en cosas que ni siquiera necesito. Pero eso sí, el famoso revolvente generará unos intereses de espanto, que me harán sumarme a las filas de adictos o endrogados de este hermoso país.

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