miércoles, 20 de enero de 2010

Cita previa

¡Uta! Este mes me toca acudir a surtir medicamentos, como es sabido por sus mercedes, cuando uno padece cierta enfermedad crónica degenerativa, tiene que recurrir una vez al mes a revisión médica, como es costumbre cada treinta días acudo al centro de atención que me corresponde para estar atento de mi estado de salud.

Para ello primero debo de solicitar la cita vía telefónica, si corro con suerte, después de siete intentos de llamar responderá la odiable grabación, que muy amablemente describirá el menú de opciones que ofrece la institución, así como los números de extensión correspondientes a cada consultorio.

Después de escuchar el timbre como doce veces, la asistente médico recibe la llamada, inmediatamente le explico que necesito consulta, ésta una vez que revisa la agenda me dice que hasta dentro de diez días me la puede proporcionar, resignado acepto, ¿qué sucedería si estuviese enfermo de otra cosa? ¡Tendría que soportar los síntomas todo ese tiempo! Además siempre recomiendan, que uno debe de estar quince minutos antes de la hora programada para ingresar, si corro con suerte después de cuarenta minutos lo haré gracias a lo eficiente del servicio.

El día de la cita, como es costumbre procuro ir muy bien aseado, pues en repetidas ocasiones me he dado cuenta que no todos los pacientes lo hacen, muchos al parecer van en su jugo o en vinagre, pues algunos huelen a tuba. De forma amable la asistente recibe mi carnet, para de forma inmediata decirme que tomará mi peso, aquí si me pongo rete nervioso, pues no sé si la traicionera báscula aumentará mi masa muscular, evidenciando la muy ingrata el platito de pozole que me cené anoche, además debido a lo robusto que nuestro creador como cuerpo nos dio, casi siempre estamos a la inversa de la bolsa de valores, o sea, a la alza.

El consultorio se encuentra a tope de pacientes, uno tose, otro estornuda, alguno más con pequeñas manchas rojas por todo el cuerpo, embarazadas que gracias a la moda utilizan vestiduras que les hacen lucir su abdomen tipo ámpula, recién nacidos que no paran de llorar, y los pinches asientos tan cerca uno de otro que casi nos rozamos la piel, y yo de pendejo recién bañado, como dijera la abuela, con los poros de la piel limpios y abiertos, expuesto a cualquier microorganismo bacteriológico.

Para colmo, no falta la señora que pese a su embarazo, trae consigo un chamaco de seis años, el cual camina de silla en silla comiendo el chocolate que su madre le dio con tal de tranquilizar su ansiedad, y cada vez que pasa cerca, posa su manita cubierta de la golosina sobre mi rodilla, manchando el pantalón color beige que ese día traigo; a pesar de su jodida sonrisita que me esboza, no dejo de recordarle en mis adentros la memoria de su santa progenitora, la cual sólo atina a decirle, “estate sosiego m´hijo”, pero no lo hace que se tranquilice.

Mientras esto acontece, la asistente médico, le muestra a su colega del consultorio de enfrente el chisme más reciente del “Tvnotas”, ésta al ponerle atención, baja el volumen del reproductor multimedia de la computadora que ambientaba el lugar con el repertorio musical de José José, obligándola a descuidar la prenda que tejía, debido a tal acción pude cerciorarme que el timbre del teléfono sonaba insistentemente, despejando la incógnita sobre el porqué no responden tan apresuradamente a nuestras llamadas.

Después de esperar hora y media, la asistente me indica que ingrese al consultorio, por fin ha llegado mi turno, con avidez doy un salto de la silla dirigiendo mis pasos con humildad, nerviosismo y abnegación hacia la puerta dispuesto a lo que sigue, pero esa es otra historia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ola ola!!!

cualquier paraecido a la realidad es mera coincidencia....

jajajaja :-)

kuidese y saludos

y rekuerde no estaba muerta... andaba de parranda.

hasta la proxima

IRIS