miércoles, 4 de noviembre de 2009

Crónicas Aborrecentes (Parte I)

Tres tipos descuidados.

Era un viernes de marzo, en la preparatoria “Monte Bello” impregnaba el ambiente de primavera, todas las aulas tenían mantas alusivas a las hermosas chicas que presentan su candidatura a reinas de la belleza estudiantil del plantel, mujercitas bien peinaditas, con enormes escotes y faldas rabonas exhiben sus recién desarrollados físicos para deleite hormonal de sus opuestos sexuales.

Toda la comuna varonil extasiados al borde de babear observan las enormes fotografías, todos menos tres; éstos son una especie de automarginados que desde hace más de diez años son amigos inseparables, para ser sincero ninguno de ellos se explica como están tan estrechamente unidos, si casi a diario discuten, se insultan e incluso han llegado a arreglar sus diferencias a golpes más de una ocasión, pero eso no merma la amistad, por el contrario los une con mayor fuerza.

El primero de ellos se llama Crisóstomo, quien debe sus quince minutos de popularidad gracias al haber ganado una vez como único representante de su escuela el concurso de comer tacos, título que le hizo acreedor de fama y reconocimiento social entre la muchachada, así como una tunda de parte de su padre, pero eso no le restó mérito.

Federico es el segundo, chico muy introvertido gracias a diversos complejos que ha ido cosechando a lo largo de su corta vida; fue concebido cuando sus progenitores tramitaban el divorcio, el padre ebrio seduce a la madre, la cual pensando que se trataba de una posible reconciliación y harta de tanto estúpido papeleo accede. Nueve meses adelante el muy ingrato del papá ya divorciado niega su paternidad tachándolo de bastardo, con lo que logra evadir la pensión alimenticia.

A raíz de ello, empezó a fomentar un odio atroz por la figura paterna, siendo así que cada que debía escribir su nombre completo omitía el apellido del padre, tal acción generaba dolores de cabeza a sus profesores cuando le calificaban tareas y exámenes, pues invertían parte del valioso tiempo en tratar de localizarlo sobre las listas escolares, y más de alguno en su desesperación optó por dejarlo sin reporte.

Al no contar con el apoyo económico de su papá, desde muy corta edad se incorporó al mercado de trabajo, siendo repartidor de medicamentos en una farmacia, mozo de albañil y en el oficio de “San José”, la carpintería, empleo que desempeña con gusto pues le ha dado muchas satisfacciones, una de ellas, contemplar a diario a la guapa quinceañera hija de su patrón; acción que cierto día le ocasionó perder tres dedos de su mano derecha al estar cortando madera con la sierra y mirarla en paños menores en el momento que ésta se disponía a tomar una ducha. Accidente que le hizo acreedor al mote del “Pinzas”, por parte de la chamacada.

El mayor de los tres se llama Salvador, tuvo su primer encuentro con Cris y el Pinzas en la primaria cuando los desalmados chicos de sexto grado intentaron quitarles la pelota a la fuerza, éste no dudó en defenderlos, liándose a golpes con los grandulones hasta hacerlos desistir; desde ese momento fue su inseparable amigo, hasta que concluyeron la secundaria, pues ya en la preparatoria debido a serios problemas disléxicos se fue rezagando en sus estudios hasta llegar a hacer en un año un semestre, y si a ello le agregamos su fuerte dependencia por la marihuana que empezó a experimentar desde el tercer grado de secundaria, sus calificaciones se vieron cada vez más mermadas.

Además de que su adicción por esa droga y otras de diseño que con el paso del tiempo fue descubriendo le obligaron a delinquir, permaneciendo varios meses en centros de rehabilitación, en donde cada vez que salía de uno era seguro que se sumaría a su historial toxicómano un nuevo estupefaciente inducido por los internos.

Como a diario calzaba enormes botas militares, sus cuates le apodaban “Chabotas”, en sus ratos libres, que casi siempre eran días completos los dedicaba a vender drogas que el mismo fabricaba a imberbes de secundaria y bailarinas desnudistas, razón por la cual su película favorita era “Cara cortada” (Scarface) de Brian De Palma. Chabotas fue también quien inició en las artes del onanismo a Cris, al despertar su morbo en los dibujos de los cómics que coleccionaba, diciéndole -“Imagina ñerito, ¿qué haría Superman con el forrazo que tiene la Mujer Maravilla una noche? De seguro le pondría el cuerno a la Lois Lane, ¡Uta, porque esa sí está de agasajo!”-.

Disfrutaban juntos los fines de semana escuchando canciones, les fascinaba el rock y eran enemigos acérrimos de la música grupera, la única vez que les atrajo éste género fue cuando prohibieron los narco corridos y se hicieron fieles seguidores de los Tigres del Norte, adquiriendo una buena dotación de discos, que pasada la efervescencia los vendieron al Compa, un eléctrico trovador urbano que para adquirir sus prioridades se dedica a cantar canciones de este estilo con su viejo acordeón en los restaurantes de segunda y las líneas de transporte colectivo.

Cada noche del viernes se reunían en la casa de Cris para hacer uso de la memoria miope del padre de éste, con su enorme colección de vinilos que ponían sobre la vieja tornamesa, rememoraban a aquellos legendarios pioneros del rock, como si ellos hubieran vivido en esas épocas. Seguido se enfrascaban en discutir sobre cuál era el mejor grupo del siglo Veinte, si eran mejor los acetatos en cuanto a calidad sonora que el actual disco compacto o que de no haber existido el cuarteto de Liverpool, la música moderna no sería lo que es hoy.

Continuara…

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