miércoles, 10 de septiembre de 2008

Una mala salud de hierro

El mes de septiembre además de influir ese sentido nacionalista que las estrategias del marketing inculcan en el pensamiento de la masa, ¡Hágame usted el favor Hidalgo, Morelos y la Corregidora desayunando en el VIPS¡ Trae a mi memoria un ingrato recuerdo, corría el año 2006 en un mes como éste cuando aprovechando uno de esos agraciados puentes de descanso laboral que tan amablemente nos proporciona el calendario de la beatitud, decidí que era el momento idóneo para hacer un poco de ejercicio, en ese entonces tenía la difusa idea de que copular era equivalente a realizar ciertas rutinas gimnásticas; cabe aclarar que antes de esa fecha el ejercitarme no era una frase incluida en el diccionario de mi subsistencia, así que me puse zapatos ligeros y fui a caminar calles.

Eran aproximadamente las 11:30 de la mañana cuando en plena marcha a escasa media hora de iniciada la caminata empecé a sudar mucho, tanto que los lentes se empañaron, al hacer el intento de quitármelos para limpiarlos noté que el brazo izquierdo no respondía de forma normal a mis impulsos cerebrales, seguido de un adormecimiento casi total de la pierna izquierda, lo que hizo sentarme de forma estrepitosa sobre la banqueta y de pronto llegó una molestia fatiga que no permitía recuperarme por más que aspiraba.

Haciendo un esfuerzo me puse de pie y llegué a casa, tomé dinero de los ahorros que celosamente guardo bajo mi colchón, paré un taxi y fui a un hospital privado para ser atendido de inmediato, digo uno nunca sabe de qué humor vaya a estar el personal que labora en el IMSS. Al llegar a la sala de urgencias lo primero que hizo la enfermera fue tomarme lo signos vitales: presión, pulso, temperatura, frecuencia cardiaca y respiración.

La asistente alarmada corrió a buscar un médico, inmediatamente éste ordenó que me hospitalizaran; dijeron que para ello tenía que desnudarme y ponerme una bata, la cual como ustedes saben parece estar hecha con papel de china y lo más curioso es que debes de colocártela al revés de lo usual, cuanto pudor da que a cada rato tus partes nobles se ventilen y todos las vean, además en esos momentos uno no se encuentra en condiciones para presumir. Acto seguido el médico introdujo en mi boca el líquido contenido en una capsula, recuerdo su amargo sabor, y dijo “relájese –por supuesto, como el no se encuentra tocando las puertas del otro mundo-, lo vamos a dejar en observación”, irónicamente todos se fueron y me dejaron sólo en la habitación, ¿Cómo demonios me iban a observar si no había nadie quien lo hiciera? De manera oportuna arribo mi actual pareja y se solidarizo a mi causa haciéndome compañía.

Pasada la hora regresó lo enfermera volvió a tomarme la presión, y de nueva cuenta salió a toda prisa a buscar al galeno, éste regresó ahora para introducir en mi boca una pastilla que la colocó bajo la lengua con la advertencia de no masticarla ni pasármela, entonces vino a mi memoria las veces que he escuchado los consejos de tantos amigos y a los cuales siempre aplico la misma acción sin necesidad de receta médica.

Hora y media después hacia su arribo el cardiólogo, impecablemente vestido con ropas de la mejor calidad, obvio con el salario que percibe quien no se daría ese lujo, trayendo consigo el electrocardiograma, de pronto me vi lleno de cables y escuchando el tintineo del aparato, una vez impreso el resultado lo observó y dijo estar satisfecho pues no era tan grave como se lo había imaginado, con una sonrisa en los labios exclamó que se trataba de una cardiomiopatía hipertrófica leve –tan sólo de escuchar el nombrecito se crispan los nervios-, lo que se traduce de forma vulgar como el engrosamiento del músculo cardíaco, y una de las características principales es la hipertensión alta, pero de ahí en más mi corazón seguía latiendo y eso era positivo.

¡Órale con palabras tan optimistas no queda otra que dibujar una angustiosa sonrisita! Según explicó el doctor necesitaba estar en reposo absoluto las próximas 48 horas, y que posteriormente empezara una serie de ejercicios sin exagerar y conforme me fuera habituando aumentará el ritmo; ahora sí que se cumplía mi sueño de cuando cursaba la primaria, estar enfermo y con el permiso del médico faltar a clases, pero hoy no, en serio que no sentía satisfacción de tener incapacidad y menos por este tipo de justificación.

A partir de esa fecha consumo la misma cantidad de pastillas que Elvis Presley, con la única diferencia que las de él eran para aliviar un insomnio crónico y controlar el cáncer de los huesos; le dije adiós a la sabrosa comida que hace transparente las servilletas desechables, y de la sal, ni pensarlo, sólo en la imaginación; las carnes frías una vez a la semana y deben ser de pavo. El ejercicio es un hábito obligado, gracias al optimismo de mi cardiólogo, ya que cada vez que lo visito me dice que si no bajo más de peso y talla el día menos pensado voy a dejar de pensar.

Uno siente la vida precisamente cuando sabe que a cualquier momento la va a perder, motivo por el cual agradezco a la naturaleza y al creador el haberme dotado de un estado de salud como el mío que me hacer recordar que existo y aun comparto las cuentas del rosario de mis penas.

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