jueves, 3 de julio de 2025

El ridículo de llevar el nombre de una generación.



Saben qué es lo que más me gusta de esta generación? Que son como una cebolla, ¿saben por qué? Porque tienen muchas capas… de aburrimiento. Sí, sí, no me lean así, que estoy bromeando. Pero en serio, ¿cómo se puede llamar a una generación “Generación Z”? ¿Z de qué? ¿Z de zánganos? ¿Z de zozobra? Llamarse de esa forma da la impresión de que se les acabaron las letras del alfabeto o lo más espeluznante… que se trata de la última generación, ¡Híjole, qué miedo!

¡Y luego dicen que la educación está mal! ¡Si es que les ponen nombres que parecen de una marca de ropa! “Generación Z, de la moda lo que te acomoda”, “Millennials, la nueva forma de vestir”, “Centennials, a poco no luces bien” … ¿Qué acaso están vendiendo un producto? ¿Y saben qué? Me da igual cómo se llamen, lo importante es que sigan riendo, que la vida es muy corta para estar serio todo el tiempo. Así que, Generación Z, ¡sigan adelante! ¡Que van bien!

¡Y no se preocupen por el futuro, que ya se preocuparan cuando llegue! Mientras tanto, disfruten del presente, que es lo que importa. Y si alguien les pregunta qué significa la “Z”, díganle que es de “Zafiro de la vida”. ¡Bueno, bueno, me callo, que me estoy pasando!

Para terminar, les dejo con una frase profunda, no es de ningún filósofo, es de la señora Emilia, que vende tamales en el mercado Pancho Villa, y dice: “la vida es como un tamal a las brasas, aunque esté quemado, sigue siendo comestible”. Así que, Generación Z, sigan adelante y no se vayan a quemar demasiado.

jueves, 26 de junio de 2025

Expectativas y realidad.


¿Saben lo que son las expectativas? ¡Eso que te hace pensar que la vida es como un tráiler de película exitosa y luego resulta que es el detrás de cámaras de una peli de serie B! Figúrense, yo desde pequeño, cada vez que llegaba mi cumpleaños, tenía la expectativa de que me iban a regalar la bici del vecino, la que tenía cambios, amortiguadores, bocina, ¡y hasta canastilla! Y al final… ¿con qué me salía mi familia? Unos calcetines a rayas y un suéter de lana que picaba más que un cactus, saquen la cuenta durante los pinches días frescos que tenemos en el invierno colimense. ¡Eso sí que era un regalo de supervivencia!

Pero lo de las expectativas no acaba ahí, no, no… ¡Que levante la mano quien no haya esperado haciendo changuitos con los dedos para que la Selección de México no falle en los penales! ¡Vamos, muchachos! Todos ahí, con la camiseta, la bandera, la botana, rezando a todos los santos, y cuando llega el momento… ¡zas! El balón sale más desviado que mis propósitos de año nuevo. ¡Si yo tuviera un peso por cada penal fallado, ya me habría comprado la bici del vecino!

Y luego están las expectativas con las personas. A ustedes les ha pasado que conocen a alguien por internet o por redes, y piensas: Este “amigo” en Facebook es la neta del planeta, seguro que en persona es igual. Y luego, cuando lo ves, resulta que habla menos que una estatua y te mira como si fueras el inspector de Hacienda. ¡Expectativas y realidad, amigos!

Pero lo mejor de todo son las expectativas en clase. El primer día de curso, el profesor entra pensando: “Este año sí, estos alumnos van a ser aplicados, estudiosos, ¡van a cambiar el Mundo!” Y los alumnos, mientras tanto, miran al profe y piensan: “Este mai parece buena onda, seguro que no deja mucha tarea y sube a 6 la calificación de 5.7”. ¡A los 5 minutos, el profe ya está más harto de lo mismo, los alumnos mirando el reloj y todos deseando que llegue el receso!

En fin, que las expectativas son como los espejos de los probadores: te ves de una manera y cuando sales a la calle, te das cuenta de que no era para tanto. Pero oye, ¡que no nos quiten la ilusión! Porque, al final, esperar siempre algo mejor es lo que nos mantiene vivos… ¡y con la esperanza de que algún día, la selección mexicana meta todos los penales y yo reciba, por fin, la bici del vecino!


jueves, 19 de junio de 2025

¿Frustrado yo?



¿Saben lo que me frustra de verdad? ¡Pero de verdad, de verdad! Esa sensación universal de que el Mundo conspira contra mí, pero no en plan “me va a tocar la lotería”, no, no… En plan: ¡te va a ocurrir algo desagradable hoy, Marcial!

Por ejemplo, el semáforo. ¿Quién diseña los semáforos? ¿Un enemigo personal mío? Porque siempre pasa igual: tú vas con prisa, te ves venir el verde, te pones modo atleta olímpico, y justo cuando estás a dos metros… ¡PUM! Rojo. Pero rojo, rojo pasión. Y ahí te quedas, con cara de tonto, viendo cómo pasa la abuela con el andador, que ella sí ha cruzado, porque el semáforo la respeta. ¡A mí no! A mí me ve la cara y dice: “Tú, parado, reflexiona sobre tus decisiones e inseguridades”.

Y luego está lo del coche de mi colega… Hasta creen que voy a escribir su nombre, ¡no sean morbosos! Este probresor no es de coches caros, pero se compró uno “decente”, para sentirse Checo Pérez en el Gran Premio de Mónaco. ¡Mentira! Siempre lo rebasa un coche peor. Un Tsuru del 82, con el tubo de escape atado con alambre, y el conductor con gorra del sindicato y cigarro sin filtro. ¡Lo adelanta! Y él ahí, apretando el acelerador, hablando con el coche: “¡Vamos, campeón, que tú puedes!”. Pero nada. El Tsurito se va, y él se queda oliendo a gasolina y a derrota.

Pero lo mejor es cuando planeas algo. Porque uno, en su casa, lo ve clarísimo: “Hoy voy a hacer esto, esto y esto”. ¡Mentira! El Mundo te tiene preparado un festival del desastre. Que si el pinche camión pasa repleto de gente y ni hace parada en la zona donde tu estas, que si el café se te cae encima de la camisa blanca, que si el jefe te llama justo cuando te ibas… Y tú, que te habías hecho la película de que hoy sí, hoy sale todo bien, acabas diciendo: “¿Para qué me levanté de la cama?”

En fin, que la vida es así: una sucesión de pequeños fracasos que, si los cuentas con gracia, ¡parecen anécdotas! Porque si no te lo tomas con humor, acabas cruzando el semáforo llorando, viajando de papalote colgado en la puerta de acceso a la ruta 10 y con la camisa manchada de café… ¡Y eso sí que no!

jueves, 12 de junio de 2025

Fin de curso.


¡Ay, el final del curso! Ese momento en el que las y los profesores sacan la lista de asistencia como quien saca la carta de la baraja que te va a arruinar el juego. Porque algunos profes, en junio, se transforman. El resto del año parecen buena gente, pero en la evaluación final… ¡Ojo! Se convierten en una mezcla entre juez de MasterChef y notario público.

Tú entras a la última clase y el profe te mira con esa cara de: A ver, Pepito, ¿tú qué has hecho este semestre? Y tú piensas: Profe, pues, respirar, venir a clase y no causar mucho desmadre. Pero no, el profe quiere más. Quiere trabajos, exámenes, participación… ¡Y hasta que no le das la respuesta correcta, no te deja en paz!

Y luego está su método de calificación. Que eso es como la ruleta rusa:

Si has cumplido con las tareas, hay puntos.

Si has levantado la mano, medio punto.

Si no has molestado, otro medio.

Si has traído la bata de laboratorio el día de prácticas de biología… ¡Un aplauso, pero calificación, poca!

Y llega el momento de capturar las calificaciones en la aplicación esa donde ellos las suben, que parece que están hackeando la NASA. El profe, sudando, porque sabe que de su click depende tu recibimiento familiar en casa los próximos meses.

Y tú en casa, esperando la calificación como si fuera el Gran Sorteo Especial de la lotería. Que tu madre, en lugar de saludarte y abrazarte, sale con: ¿Qué tal, hijo? ¿Cómo te fue este semestre? Y tú: Pues depende de cómo se levante el profe mañana…

Porque hay profes que son de los de “es el fin de cursos y se viene el verano, playa, arena, jaiboles, todos aprobados, ¡alegría!”. Y otros que son de los de “aquí no aprueba nadie, para que luego anden con sus guasas entre los pasillos de que soy un Titanic”.

Y al final, tú ves la calificación y piensas: Pues ni tan mal, para lo que he hecho… Y tu madre: ¿Y esto? Y tú: Mamá, es que el profe califica por emociones, como los árbitros con el VAR, según el día que tenga… Después de redactar estos tres puntos, recuerdo que mis estudiantes comentan por ahí que soy un tipo ordinario, pero cómo explicarles que me vuelvo vulgar al concluir cada clase, esto último es un parafraseo de un fragmento de la canción “Ojos de gata” de Los Secretos, que a su vez parafrasearon el fragmento de “Y nos dieron las diez” de Joaquín Sabina.

jueves, 5 de junio de 2025

El sitio de mi recreo.



Se han fijado que en la era tecnológica del siglo XXI que vivimos, las personas ya no van al jardín de la colonia o el barrio, bajo el pretexto de que está sucio, que abunda la maleza o hay indigentes que molestan mucho. Quien firma lo que escribe, una calurosa tarde visitó el jardín la colonia, iba con mentalidad fitness, es decir, orbitar con los pies alrededor, que eso dicen que es bueno para la salud, con tal de despejar la mente, y yo pensé: Perfecto, una tarde tranquila, sin tener que invertir la neurona en tratar de resolver los problemas de la vida, que a veces me invento. Pero no, nada más al llegar, me encontré con un grupo de ancianos jugando a la baraja española, que parecía que estaban en una reunión secreta de gánsteres tipo Frank Coppola. ¡Qué tensión! Uno de ellos me miró y me dijo: ¡Oye gordo! ¿Quieres jugar? —La verdad, eso me encanta de las personas de la tercera edad, ya no tienen prejuicios y, como que vuelven a ser infantes, no es que te pierdan el respeto, es que, como no saben tu nombre, al tratar de socializar, te llaman como te ven—. Y yo, que soy más de perder que de ganar, le respondí: No, gracias, paso. Porque si pierdo, me quedo sin caminata en el jardín y sin dignidad.7

Luego vi a unos niños corriendo como si no hubiera un mañana, y me acordé de cuando era pequeño y corría igual, pero claro, ahora ni correr puedo, digo, si me canso de caminar de casa a la esquina. Y las madres de estos chamacos, con sus juguetes, bolsas de caché y la prohibidísima comida chatarra que apacigua por un rato esos ímpetus de la infancia, es que parece que van a una expedición al Kilimanjaro, no a un paseo por el jardín. Y los perros, ¡híjole, los perros! Que algunos parecen más humanos que nosotros. Vi unos que estaban más arreglados que yo, con sus collarcitos, paliacates, esos cortes kennel y todo, y las y los dueños detrás, con cara de este es mi bebé. Y claro, cuando un perro ve acercarse a otro, se para, le huele algo, y ahí empieza la guerra mundial de olores entre perros. Me quedé mirando, mientras concluía que eso es más complicado que una reunión de trabajo.

Al final, terminé sentado en una banca oxidándome con ella, mirando a la gente pasar, entonces empecé a silbar esa hermosa canción llena de nostalgia y poesía que ocasiona al oyente un viaje introspectivo y emotivo que escribió el español Antonio Vega, “El sitio de mi recreo”, lo cual me hizo reflexionar que nuestros jardines públicos son como la vida, repletos de personajes, historias y momentos para reírse un rato, son una especie de microcosmos. Y eso es lo bueno, que, aunque la vida a veces sea un hueso difícil de roer, siempre puedes encontrar un momento para disfrutar el jardín de tu recreo, aunque sea viendo a un perro marcando su territorio con el líquido de su vejiga.

jueves, 29 de mayo de 2025

Conditio sine qua non.


Una típica mañana de fin de semana, reviso el WhatsApp de la colonia y encuentro un mensaje en el que uno de mis vecinos, visiblemente sorprendido, narra cómo, al disponerse a limpiar la humedad matutina de su coche, descubre que la calavera izquierda está destrozada; incluso el impacto dañó parte de la fascia trasera. Junto a las piezas averiadas, encontró pegado un post-it con el nombre y número de teléfono de la persona responsable del accidente.

Aún dudoso, mi vecino nos consulta si sería prudente llamar al número, pues circula en redes sociales una modalidad de extorsión cuyo proceder es muy similar al suceso que acaba de experimentar. Las opiniones en el chat se convierten en una auténtica Torre de Babel. Imagino que, presionado por el impacto en su cartera, finalmente decidió hacer la llamada, y para su total satisfacción, fue atendido por una persona que le aseguró hacerse responsable de cubrir todos los desperfectos, siempre y cuando se le presentara la factura de los gastos realizados.

Este proceder me recordó aquella locución sustantiva que los primeros cristianos empleaban y que luego adoptaron filósofos como San Agustín y Santo Tomás de Aquino: Conditio Sine Qua Non. Esta expresión se utiliza para referirse a aquello que no es posible sin una condición determinada; es decir, aquello sin lo cual algo no se hará o se considerará como no hecho. Implica renunciar a cambiar las circunstancias y conformarse con lo que sucede, asumiendo la responsabilidad de las acciones y sus consecuencias, sin intentar modificar la situación. Es una actitud pasiva que, para los prejuiciosos, puede parecer derrotista y conducir a la victimización.

El filósofo Friedrich Nietzsche interpreta este concepto de manera hermosa, afirmando que cada ser humano tiene la posibilidad, si así lo decide y trabaja arduamente, de superar la heteronomía e inmadurez para caminar hacia una auténtica autonomía ética. Para implementar esta forma de pensar, es necesario analizar la causa de origen de la situación y valorar hasta dónde somos responsables de ella, con el fin de establecer una crítica informada y ser capaces de superar el nihilismo pasivo, así como el resentimiento al que frecuentemente sucumbimos cuando sentimos inconformidad ante la moral a la que estamos sometidos.

Animado por esta reflexión, me atreví a escribir en el grupo y sugerirle a mi vecino que le preguntara al honesto individuo: ¿quién es su Dios?, ¿cuál es la religión que profesa? y, por supuesto, si sus padres podrían ofrecernos un curso intensivo sobre cómo educar a hijas e hijos así.

jueves, 22 de mayo de 2025

¡Feliz Día del Estudiante!



Cada vez que ingreso a un aula de cualquier escuela, mi memoria miope pone a realizar su función a la nariz de chile relleno que tengo, tratando de volver a oler ese aroma de mis tiempos a viruta de lápiz, cuadernos hinchados de tanto sudor, libros de páginas llenas de lamparones y a gis – para los que no saben que escribí, hago referencia a la barra cilíndrica de yeso o greda con la cual se comunicaban los temas escolares a través de la escritura sobre un pizarrón –, pero ya no huele a eso, ahora es una mixtura entre limpiador diluible versátil y plantas de ornato, pues con el uso de los gadgets electrónicos algunas de las cosas antes mencionadas han dejado de existir. Pero eso sí, gracias a la confianza en la educación formal de parte de la humanidad, seguimos conservando estudiantes que llenen esas aulas, con su algarabía, ansiedades y estrés.

¿Sabes qué es lo más curioso de ser estudiante? Que pagas por aprender cosas que luego olvidas… ¡Pero te acuerdas de todo lo que no deberías haber hecho durante los años de escuela! Es que los sistemas educativos son como un videojuego: pasas de nivel, pero nunca sabes para qué te servirá lo que has aprendido. Lo digo con la experiencia que da el fracaso, existieron tantos temas que mis profesoras y profesores se esmeraron tanto, la verdad, ¡muchas gracias! Digo, un cabezota como yo fue difícil en que aprendiera algo que luego no le encontraría utilidad en la vida real, como la raíz cuadrada. He ido al mercado y nunca me han pedido sacar una raíz cuadrada para poder pagar. Y el bullying debido a mi sobrepeso, que antes ni así se llamaba, me refiero al bullying, lo viví en las aulas, efectivamente, la vida de estudiante puede ser dura, pero el Mundo es mucho más grande que el aula o la escuela en sí, y afuera de la escuela te pueden suceder cosas terribles.

Alumna y alumno, disfruta la estancia en la escuela; ser estudiante es como ser los atletas de la vida académica. Corren maratones de exámenes, saltan obstáculos de tareas y, a veces, hasta logran dormir sin soñar con fórmulas matemáticas. Así que, en este Día del Estudiante, quiero decirles a todos esos jóvenes valientes que, aunque no siempre lo parezca, están construyendo el futuro… o al menos, están construyendo un buen currículum. Y definitivamente, las aulas ya no huelen como antes.