Se han fijado que en la era tecnológica del siglo XXI que vivimos, las personas ya no van al jardín de la colonia o el barrio, bajo el pretexto de que está sucio, que abunda la maleza o hay indigentes que molestan mucho. Quien firma lo que escribe, una calurosa tarde visitó el jardín la colonia, iba con mentalidad fitness, es decir, orbitar con los pies alrededor, que eso dicen que es bueno para la salud, con tal de despejar la mente, y yo pensé: Perfecto, una tarde tranquila, sin tener que invertir la neurona en tratar de resolver los problemas de la vida, que a veces me invento. Pero no, nada más al llegar, me encontré con un grupo de ancianos jugando a la baraja española, que parecía que estaban en una reunión secreta de gánsteres tipo Frank Coppola. ¡Qué tensión! Uno de ellos me miró y me dijo: ¡Oye gordo! ¿Quieres jugar? —La verdad, eso me encanta de las personas de la tercera edad, ya no tienen prejuicios y, como que vuelven a ser infantes, no es que te pierdan el respeto, es que, como no saben tu nombre, al tratar de socializar, te llaman como te ven—. Y yo, que soy más de perder que de ganar, le respondí: No, gracias, paso. Porque si pierdo, me quedo sin caminata en el jardín y sin dignidad.7
Luego vi a unos niños corriendo como si no hubiera un mañana, y me acordé de cuando era pequeño y corría igual, pero claro, ahora ni correr puedo, digo, si me canso de caminar de casa a la esquina. Y las madres de estos chamacos, con sus juguetes, bolsas de caché y la prohibidísima comida chatarra que apacigua por un rato esos ímpetus de la infancia, es que parece que van a una expedición al Kilimanjaro, no a un paseo por el jardín. Y los perros, ¡híjole, los perros! Que algunos parecen más humanos que nosotros. Vi unos que estaban más arreglados que yo, con sus collarcitos, paliacates, esos cortes kennel y todo, y las y los dueños detrás, con cara de este es mi bebé. Y claro, cuando un perro ve acercarse a otro, se para, le huele algo, y ahí empieza la guerra mundial de olores entre perros. Me quedé mirando, mientras concluía que eso es más complicado que una reunión de trabajo.
Al final, terminé sentado en una banca oxidándome con ella, mirando a la gente pasar, entonces empecé a silbar esa hermosa canción llena de nostalgia y poesía que ocasiona al oyente un viaje introspectivo y emotivo que escribió el español Antonio Vega, “El sitio de mi recreo”, lo cual me hizo reflexionar que nuestros jardines públicos son como la vida, repletos de personajes, historias y momentos para reírse un rato, son una especie de microcosmos. Y eso es lo bueno, que, aunque la vida a veces sea un hueso difícil de roer, siempre puedes encontrar un momento para disfrutar el jardín de tu recreo, aunque sea viendo a un perro marcando su territorio con el líquido de su vejiga.
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