En el calendario de la beatitud, cada vez se crean fechas conmemorativas, como esas de las profesiones, por ejemplo, el “Día del Pedagogo”, que se celebra cada 26 de junio, ¡perdónalos Comenio, porque no saben lo que hacen! También existen otras fechas que uno ya ni las recuerda por la falta de uso de la profesión, ahí tenemos el 12 de noviembre, que mi abuelita a vísperas de ese día, siempre esperaba que pasara el cartero para regalarle una mano de plátanos, y ahora ya casi ni los vemos, es que, en la actualidad, son pocos los que escriben cartas.
Mira, las cartas en nuestra época eran el WhatsApp artesanal, ¿sabes? Te sentabas tranquilo, bolígrafo chingón, hoja de papel impoluta, así como unas cuantas musas inspiradoras, con estos elementos le dedicabas un rato bueno a escribirle a alguien, porque eso era crear un vínculo de verdad, no un mensaje rápido que se va por ahí. Como decía Julio Iglesias en aquella canción, a veces llegaban cartas llenas de alegría, otras de melancolía, tristeza y hasta de esperanza, que nos daban la calma. Y nuestro ghosting… Sí carnalito, en mi época también existía, consistía en no contestar la carta, ¡no escribas tonterías! Efectivamente, eso era el bloqueo total.
Los emojis, ni eso, eran dibujitos que hacíamos con cariño, como si fuésemos monjes copistas adornando la letra, todo un arte. Y en diciembre, la alegría era recibir esas tarjetas navideñas que traían relieve, brillantina por todas partes y nieve seca que se caía nada más tocarla. Cuando viajabas por el país, era obligatorio comprar las postales con paisajes de ensueño, para enseñarle al abuelo lo bonito que es el mundo.
Y ahora, qué pena, lo hemos cambiado todo por esos textos fríos, que a veces ni son originales, porque lo único que haces es reenviar la idea de otro… ¡Bla, bla, bla! ¿Dónde quedó el cariño, el tiempo y el arte de escribir? Eso es lo que echo yo de menos, de verdad.
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