viernes, 1 de diciembre de 2023

Senectud en éxtasis.


Ayer después de casi 5 años, por fin me correspondió ser sinodal de un examen escrito, sí, de esos que llevan instrucciones, en donde los sustentantes tienen que utilizar aquel utensilio de origen alemán inventado por Conrad Von Gesner en el año 1565, llamado lápiz, y que después de que se cercioraron que el humano no es un ser perfecto, Edwar Nairne en 1770, comercializa el descubrimiento de Joseph Priestley, unos bloques de caucho a los que llamo borradores.

Ese día, mientras el estudiantado silenciosamente se dedicaba a responder las preguntas del examen, acomodados en sus sillas, en el interior de un aula o salón, que, por cierto, tal sinergia tiene su origen en el oscurantismo medieval en aquellos establecimientos eclesiásticos -aún no cambiaban la ética por la estética-, en donde al igual que hoy, se respiraba un ambiente relajado, paz que repentinamente se quebrantó con el primer sustentante que a los 20 minutos me lo entregaba, generando con ello la angustia de los demás.

Poco a poco el aula se fue desalojando, la chamacada atrás dejaba el mobiliario, los enormes carteles, esos que inocentemente muchos siguen creyendo que alguien los leerá o lo más patético, que así se concientiza a la población; mientras acomodo cada examen para entregárselos al profesor de la asignatura evaluada, me llena de satisfacción de que aún en esta escuela, la tercera evaluación parcial no la han convertido en periodo de evaluación ordinaria, y así no experimento nostalgia por el alumnado, pero no me hagan caso, estoy en plena senectud en éxtasis.

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