jueves, 8 de septiembre de 2022

La vida es una mentira.



Dentro de mi modesta colección de discos Víctor Yturbe, El Pirulí, ocupa un lugar entre los más escuchados, primeramente por su voz de mantequilla y que en la década de los ochentas la XEDS ponía hasta el cansancio esa lindísima canción llamada “Verónica”, compuesta por Carlos Blanco -quien también compuso el Himno del Club América en 1982-, y que en los 70`s, se rumoraba estar dedicada a la actriz y cantante Verónica Castro, pero que nunca se confirmó; entre el repertorio de canciones de Víctor Yturbe, también hay otras rolitas que resaltan por los arreglos algunos de ellos con el acompañamiento del Guitar Hero mexican Chamín Correa y esa voz tan educada que poseía El Pirulí, como en aquella de “Felicidad” que tanta melancolía le imprimió, y la popular “Miénteme”, cuyo contenido fue redactado por Armando Chamaco Domínguez Borrás, cuyo cierre es alucinante: “¡Y qué más da! La vida es una mentira. Miénteme más, que me hace tu maldad, ¡feliz!”

¡Vaya que si nos complace vivir de mentiras! Si el primer embuste que como buenos mentirosos que somos es asegurar que nunca hemos mentido, y no me vengan con discursos moralistas que ni se los voy a creer, si a veces recurrimos a ellas hasta por defensa propia, por misericordia o por simple educación, sí, para no vernos mal ante otros, o sea, mentir es un arma y también un escudo. La mentira fue inyectada a los genes por nuestros progenitores, basta recordar a un Niño Dios que nos traía regalos en Navidad, igual cuando amedrentaban esos berrinches infantiles con seres mitológicos que generaban terror como El Cocolas brujasEl Chamuco y El Diablo; también para dormirnos nos leían cuentos cuyos personajes eran ficticios, y a pesar de ser adultos nos continúan manteniendo perplejos con cuentos cimentados en falacias, como eso de que en tu delante los demás se expresan muy bien de ti y a tus espaldas despotrican en tu contra, y uno se hace del oído sordo.

Lo más lamentable es que en la actualidad la mentira ha generado su verdad propia, que confunde, pero que al ser aceptada ya ni importa su comprobación sino el morbo con que se cuenta, las intrigas que se desprenden de ellas y lo peor, esos que las difunden como un atraco imaginario en donde se obtienen más cosas a favor que en contra, imagino entonces que por ello Víctor Manuel de Anda Iturbe, cambio la I por la Y, además de retomar aquel apodo de El Pirulí -en honor a ese dulce tipo paleta de forma cónica, con diseños de espirales que dan vueltas alrededor del cono-, que ya lo tenía desde que era payaso acuático en cierto espectáculo de esquís en Acapulco, luego por su obstinado tesón de participar un titipuchal de veces en el Festival OTI, y nunca ganar le llamaron El Mil OTIS, él quien fue asesinado un 29 de noviembre de 1987, crimen que nunca se esclareció y que bien podría ser guion para una serie de Netflix.

Siendo honesto, sin dejar de mentir -como dice Fobia en su canción-, en mi adolescencia, sus boleros estaban de hueva, y es que en esa etapa a uno le gustaba Soda Stereo, Caifanes, Menudo -¡sí, es uno de mis gustos culposos! -entre otros. Más, con los años que acarrean martirios románticos, como que se aprende a agárrarle cariño intenso a las rolitas de El Pirulí, pues son un agasajo para el oído, no le aunque que la vida sea una mentira.

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