jueves, 6 de julio de 2017

Mystical experiences

Hoy voy a abordar un tema que durante el Medievo cobró vigencia –imaginen lo añejo que es y aún existen muchos que lo consideran una alternativa–, es más, quienes la ejercían como profesión, eran asesinados en la hoguera, sus detractores al descubrir que alguien se dedicaba a las ciencias ocultas, los acusaban de herejía, incluso se creó un tribunal donde se enjuiciaba las acciones de esas personas, que terminaban encerrados en prisión siendo sometidos a torturas, sacrificios y castigos.

Entre mis conocidos se encuentra una persona quien desempeña uno de esos oficios tan antiguos y vigentes, ¡no, no es ese que ronda por su cochambrosa mente! A ver, tengo que buscar un eufemismo, digo no se me vaya a sentir y me lance un conjuro, de por sí apenas voy saliendo de la mala ondes que recibí a consecuencia de no reenviar esas cadenitas por internet. Ya sé cómo llamarle, aojador, es de esas personas dizque que hace sortilegios, hechiza, embruja o echa mal de ojo a la gente, incluso él hace creer que cuenta con dotes que le proporcionan ciertas habilidades mágicas, lo malo es que su clientela hasta le atribuyen destrezas místicas, ¡no manches!

En alguna de esas charlas que hemos tenido, él ha denotado cierta tristeza de que los individuos que acuden a sus servicios, que por cierto son los martes y viernes –no es promocional, pero se tiene la idea de que en esos dos días el contacto con fuerzas oscuras es más estrecho–, se hayan cansado de implorar a la deidad religiosa de su devoción, como si éste no los escuchará, entonces hasta dan la impresión de que le guardan algo de resentimiento, es como si se cansaran de que su Dios no cumpliera con las exigencias de ellos o de plano no siguiera al pie de la letra sus sugerencias, esa actitud pueril tan nuestra de querer enseñarle al Creador su oficio, imagino que por eso recurren con este sujeto a quien hasta llegan a considerar un taumaturgo.

En parte también los médicos han contribuido para que exista la confianza en los hechiceros, pues algunos galenos en esa ilustre ignorancia del padecimiento de su paciente – ¿a poco existen profesionales así? ¡naaaa! –, les recomiendan acudir a la brujería, en lugar de algún psicólogo o psiquiatra; entonces, no es de extrañar que por ahí en cierta oficina, algún Godínez tenga la foto de su pioresnada adornada con un moño rojo o blanco rodeada de pétalos emulando el ritual de un amarre o que mis vecinas, ellas que ni barren la banqueta, sin necesidad de robarse la señal del wifi del jardín pregunten a la ouija que mi amigo les vendió al doble de lo que está en eBay, ¿quién se come su frutsi?

Quienes dedican su tiempo a ejercer este oficio tan incomprendido pero a la vez atacado, y apreciado por otros, emblema de la rebelión hacia el estatus religioso y social, son sujetos que se han interpretado de muchas maneras en el cine, algunas veces positivas y otras negativas, pero a poco no ha escuchado a su hijo decir con varita en mano frases como “expecto patronum o ¡riddikulus!” Este último texto lo redacté para reivindicar las metidas de pata que di en párrafos arriba, no vaya a ser que por ahí este conocido tenga guardado un muñequito vudú de mi persona y le entierre alfileres en puntos estratégicos para enviar vibras del mal, eso a mí sí me da ñañaras.

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