jueves, 27 de abril de 2017

Yo amo esta ciudad

Mientras ustedes disfrutaban de sus muy merecidas vacaciones en lugares paradisiacos y para algunos también afrodisiacos –digo, muchos piensan que los mariscos funcionan, yo creo que es la pasión–, quien firma lo que escribe, esta vez decidió no abandonar la ciudad, algo así como lo que les sucedía a los gatos cuando las abuelitas les untaban manteca en las patas pa´que no huyeran de casa. En mi decisión de quedarme a disfrutar de mi terruño de concreto con techo enchapopotado, traté de seguir el calendario de la beatitud de la llamada semana mayor, intentando practicar creyentemente cada uno de los ritos que uno debe de cumplir durante esos días, imagino que con ello no he logrado obtener alguna parcela celestial, más sí pude estar tranquilo.

Era un deleite caminar por la calle Madero sin el gentío de siempre, es más, hasta los vendedores ambulantes se dieron sus días de asueto, pues casi ni había; donde semanas atrás se veía el ir y venir con prisa a personas tal cual esquilinero, esas que si llegabas a saludar por cortesía ni te respondían y aquellos que lo hacían como que te dabas cuenta que era de los dientes pa´fuera, dejando de lado la civilidad que nos debe de caracterizar como seres humanos, ahora me topaba con puro fuereño, gringos de aspecto mexicano que cuando les decías buenas tardes, ellos respondían amablemente: “hi”.

Por unos momentos el tradicional estrés de las avenidas fue cosa del pasado, pues se cruzaban las calles sin el constante rugir de los motores o el clásico acelerón mientras se espera el cambio del semáforo, no toparse con ningún naco de esos que llevan su música a todo volumen y cuyo equipo de sonido es más caro que la ranfla que conducen era algo único, no ver las extensas filas en los churros rellenos del Andador Constitución, ¡qué maravilla fue convivir con menos de los 150, 673 que comúnmente se apretujan por acá y que hasta más de la mitad son neuróticos como yo! Los pocos conductores que encontraba se miraban relajados, sin esa actitud suicida de querer llegar antes, dejando de lado por esas épocas aquel atajo más corto para llegar a donde indica la nariz durante las horas pico.

Visitar la cenaduría favorita para empacar un rico sope surtido, de esos que tienen toda la carne habida y por haber acompañado de la enorme jarra con agua de jamaica, sin la ansiedad de que a la mesera se le haga tarde en atendernos por estar contoneándose frente al cliente que se le hizo bien parecido. Aprender entre guaguaras la grosería, frase o seña de moda, para después relajadamente bromear con ella. Lo que no cambió por esas fechas fue el saberte las zonas por las que no hay que caminar solo y a oscuras, así como identificar las mañas de los amantes de lo ajeno, y tomar las medidas de seguridad acostumbradas al abandonar la casa aunque sea por unas cuantas horas, pero a pesar de esto, yo amo esta ciudad ¿y tú?

No hay comentarios: