jueves, 5 de mayo de 2016

Frías ilusiones

En medio de esta primavera 2016 –de clima tan moderno que logra combinar temperaturas tanto veraniegas como invernales–, puede uno encontrarse con detalles que lo hacen valorar el sentido de las cosas, los hermosos momentos de la vida que a veces de tan cotidianos que lo son ni nos percatamos de su existencia, como lo es el observar a Don Ramiro, sexagenario que porta orgulloso esa playera descolorida del Atlas que su cuñada le trajo aquel 2013 del Estadio Jalisco, además de llevar el desteñido pantalón de mezclilla remangado de las piernas que deja ver los aceitados huaraches de araña con la suela Euzkadi Radial T/A corroída de tanto caminar, empujando su carga sobre la elevada pendiente de la asfaltada avenida en cualquier lugar de nuestra speedica ciudad.

A cada vuelta de las llantas del carrito los infantes lo miran pasar, sin despedir ningún aroma, ni sonar campana alguna, la chamacada saliva mientras con la imaginación en sus paladares saborean las cilíndricas paletas de nance, guayaba, tamarindo, jamaica, coco y los deliciosos esquimales que a bajas temperaturas se conservan en el interior del frigorífero rodante cuyo logotipo es una mujer de piel cafecita con vestido folclórico. ¿Oiga don, tiene de cacahuate? Preguntan al verlo pasar. ¡Quiero una de limón para este tiznado calorón! Exige un señor. Muere de esta forma la indiferencia mientras pausadamente camina.

Así lo vemos bajar por la cuesta haciendo esfuerzos para que su carga no se lo lleve, que pasar por calles empedradas donde el avanzar se hace más pesado por lo accidentado del terreno, pero continuamente detiene su paso, descansa, saca su cantimplora, bebe su contenido y sigue su largo andar. Tal como él, nosotros debiéramos de hacer con la carga de problemas que se nos presentan, dejarlos por un momento, darle un sorbo a la tranquilidad y continuar empujándolos, ya verás cómo te reconfortas, tu mente se despeja y lo que considerabas incierto te darás cuenta que son actos inherentes a la vida misma.

Es una nostalgia ver al paletero –en épocas tan modernas cuando las paletas y helados son manufacturados por corporativas de franquicias multinacionales–, refresca la memoria de mi muy lejana niñez, ahora que viejo y enfermo estoy, brindándome una añoranza que alimenta el corazón de recuerdos y esperanzas de aquellos tiempos mejores que ya no volverán, hoy que a las palmeras borrachas de sol de Agustín Lara les entró la cruda, en la ciudad mareada de tanto tráfico, ruego al creador que en la nevera de Don Ramiro mis penas se guarden bien y continúe descongelando la fantasía y la ilusión de vivir momentos tan memorables.

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