jueves, 10 de abril de 2014

¡Churros, aquí están sus churros!

Hastiados de la rutina mi pareja y quien escribe decidimos ir esa noche al cine –pongan lo que pongan dijimos, compraríamos una bolsa jumbo de palomitas y dos refrescos grandes; como estamos en vísperas de Semana Santa, exhibían Noé protagonizada por Russell Crowe, Jennifer Connelly y Emma Watson, cinta dirigida por el estadounidense Darren Aronofsky; gracias a la inclinación cristiana heredada por mi madre, cometí el gravísimo error de elegir esta película entre otras que hubiesen estado mejor.

Llegamos a la taquilla y pedimos nuestros boletos, mas como se trataba de esas salas cinematográficas, donde te hacen creer que tienes capacidad de elección de los asientos, en las cuales según mi humilde punto de vista, de tan democrática que resulta tal acción, corres el riego de que ocupes un sitio nada favorable para la apreciación de la proyección, igual, si atrás o adelante se sientan algunos adolescentes con pésima conducta, texteando, hablando entre ellos o haciendo al mal payaso con tal de agradar a las chavitas que los acompañan, pues no puedes cambiarte de lugar, en pocas palabras con ese sistema te aplican la Ley de Herodes.

Después de ver una barra de comerciales –ojo, en casa con el poder que te da el control remoto del televisor los puedes evadir, aquí no–, vinieron los cortos o tráiler de los próximos estrenos, donde exhibieron el de la cinta El Hijo de Dios, causándome controversia al ver a un Jesús metrosexual, es más, daba la impresión de que era algún vocalista de rock; uno al ver ese tráiler se imagina una mixtura entre Jesucristo Superestrella de Andrew Lloyd Webber, The Doors de Oliver Stone y La Pasión esa película gore del australiano Mel Gibson, espero que me equivoque.

Quince minutos de la hora indicada en la cartelera dio inicio la cinta, híjole aquí es donde empecé a darme golpes de pecho, pero de la arrepentida de haberla elegido, pues vemos un Noé, que es apoyado para construir su mítica arca por los Transformers, sólo que ahora no son ni Autobots ni Decepticons, son de piedra; es penoso que un actor de la talla de Anthony Hopkins se preste a interpretar a un Matusalén que bien pudiera ser la combinación entre Yoda de Star Wars y Gandalf de The Lord of the Rings. Cuando los animalitos de cada especie que debían de sobrevivir al diluvio hicieron su aparición para subir a la arca, tuve un déjà vu de una escena de la Era del Hielo.

Estuve a punto de abandonar la sala, pero mi lado regiomontano lo impidió, también decidí aguantar por la curiosidad de saber en qué terminaría el bodrio ese; al abandonar el cine quise ir a reclamarle a la taquillera esa falta de seriedad por exhibir churros de tal magnitud, pero mi pareja amenazó con molestarse conmigo, lo cual hizo que recapacitara, pues si fui culpable de que ella tuviera que soportar la película a mi lado, bien iba a verme haciéndola quedar en ridículo con mi desplante.

Estoy consciente de que resulta imposible estrechar el vínculo entre cine y religión, pero da mucha pena el tan solo pensar en que cintas como ésta que supuestamente son extraídas del libro que ha evangelizado a generaciones de cristianos, lo único que logra es deformar la idea de la fe y con ello el sentido de una religión, pues lo que vemos a lo largo de la misma dista mucho del texto original, si países como Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos la prohibieron por atentar contra las enseñanzas del Islam, por qué aquí ninguna religión cristiana hizo algo o ¿es que resultó más perversa El crimen del padre Amaro?

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