miércoles, 19 de agosto de 2009

Injusticia de la vida

“Amor yo no quiero llegar a viejo, ven y estírame el pellejo.”
Dominio popular

Muchas veces es tanta la preocupación por que la edad no se note que recurrimos a diversos métodos como las cremas antiarrugas, tintes para el cabello, inyecciones de botox y hasta las más peligrosas cirugías estéticas; todo esto con tal de reafirmar esa jodida inseguridad que la necesidad de aceptación social nos impone. Una cosa es segura, podemos engañar las apariencias más el estuche con el transcurrir de los años se va desgastando, nos vamos volviendo achacosos; es un hecho que las actividades cada vez las desempeñamos con mayor lentitud, los reflejos disminuyen y somos cada mes más torpes que en el pasado, llegando el día en que desesperamos a quienes nos rodean.

Todo ese asunto radica en el empeño por aparentar los años que no se tienen, es obvio que nos sintamos orgullosos cuando alguien nos elogia por que lucimos más joven de nuestra edad real, pero al intentar realizar cierta actividad que invierte algún esfuerzo físico nuestro cuerpo nos restriega el elogio denotando algunas veces incapacidad, dificultad, pesadez e impotencia; pero a sabiendas de que somos observados ese mismo orgullo hace que realicemos un esfuerzo a pesar de que en la noche antes de acostarnos tengamos que embalsamar los músculos y tendones lastimados con ungüentos y consumir analgésicos para poder dormir tranquilos o soportar los próximos días.

Un claro ejemplo de que el pasar de los años deja mella es la calvicie, de forma patética consumimos infinidad de vitaminas, lociones, enjuagues y shampoo que la mercadotecnia nos exhibe como benéficos para conservar cada uno de nuestros folículos pilosos en su lugar; conforme se nos empiezan a notar las entradas, bueno algunos ya tenemos salidas, exigimos al peluquero cortes que las disimulen, drásticamente cambiamos de peinado según el lado que empiece a despejarse, embarramos cada cabello de tal forma que nuestra cabeza se asemeja a un madeja de estambre. Seamos sinceros y reconozcamos que la única fórmula que detiene la caída del pelo es el suelo.

Los que padecemos ciertas enfermedades crónicas degenerativas como consecuencia de seguir al pie de la letra el slogan incluido en la comida chatarra que degustábamos por allá en las décadas de los setentas y ochentas, que recomendaba consumir a diario leche, carne y huevos; el médico para mantenernos saludables nos restringe ciertos “alimentos” que a la larga afectan el organismo, pero, ¿cómo vas a dejar de disfrutar las delicias del aceitoso chicharrón, el suculento pozole o evitar saborear esas tostadas de pata y cuero fritas en manteca? Para ello a diario digerimos infinidad de pastillas que gustosamente cada mes nos receta el galeno, entonces, ¿para qué acudir a la cita médica?

Con el transcurrir de lustros y que posteriormente se convierten en décadas el género masculino sufre una metamorfosis en sus gustos por el sexo opuesto, en la adolescencia experimentaba diversos sueños húmedos con señoras maduritas, al llegar al climaterio para reafirmar su vigencia en el plano sexual -y por ende el atractivo-, busca tener relaciones ahora con féminas de menor edad, es decir, entre más joven sea ésta su hombría será más sólida.

En este tesonero afán por conservar vigente la virilidad recurre al desmesurado consumo de pastillas azules, que algunas veces el único músculo que paran es el corazón, también a métodos para abatir la disfunción eréctil recomendados por exfutbolistas brasileros, y que por cierto causan molestias estomacales. Pasada la vorágine del consumismo y dándose cuenta que los años no pasan de largo, que se van acumulando en el cuerpo, queda un vacío interior, el anciano se siente frustrado por su realidad y auto engañado por los impulsos de su propio ego.

Es en este lapso cuando uno debe decidir si es el momento de aprovechar la experiencia y dar las zancadas más rápidas para llegar a la meta jubilosos llenos de entusiasmo por el tiempo que ya se vivió aceptando sus límites o pensar que seguimos siendo viejos con cuerpos de jóvenes, para lo cual no hay que olvidar que aunque el anciano se tiñe las greñas a la moda, ruco se queda.

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