miércoles, 12 de agosto de 2009

Divas de oficina

“Nunca falta alguien así”, solía decir una tía para referirse a las actitudes que ciertos individuos ponen de manifiesto ante el desarrollo de sus funciones o actividades; lo anterior es citado a raíz de que hace unos días fui a resolver ciertos pendientes administrativos en un conocido complejo; además me parece absurdo que en un sitio donde se jactan de la eficiencia en sus servicios tengan sillas para que los clientes esperen su turno.

Al llegar, la recepcionista con una amplia sonrisa en sus carminados labios y con voz de telefonista de hotel de cinco estrellas preguntó cuál era la intención de la “visita” a ese concurrido lugar; una vez explicadas las razones de mi estancia ahí, amablemente con su bien cuidada mano derecha señaló el departamento al que debía acudir, así como el nombre del servidor público que atendería el caso.

En esa oficina una secretaria de imagen pulcra antes de asegurarme si el licenciado “perenganito” se encontraba, hizo una serie de preguntas tipo careo judicial; con la información obtenida, se puso de pie y me dijo con voz de recluta desvelado, “por favor, espere un momento, voy a comunicarle al responsable su situación”. Transcurridos cinco minutos se abre la puerta del privado donde el servidor público atiende a las personas, entre sonrisas, guiños y uno que otro chascarrillo sale la secretaria para decirme que en veinte minutos me recibirán.

Mientras las manecillas del reloj de pared indicaban que los veinte minutos habían llegado a su fin, mi ánimo empezaba a inquietarse, por un lado ya me había enfadado el clásico sonidito del Messenger cada nueve segundos que emitía la computadora, al igual que las pinches llamadas telefónicas de la secretaria a sus conocidos para intercambiar mitotes y lo peor es que al parecer entre más jocosos eran me miraba de reojo como si yo fuera participe de ellas y querría dar mi punto de vista en relación a esos temas.

A los cuarenta minutos hace su arribo el personal de intendencia con escoba, trapeador y cubeta en manos dispuesto a realizar sus labores, mientras barre bromea con ella, como si fuera otro objeto más me pide levantar los pies para limpiar el sitio que ocupo, igual lo hace cuando trapea, y casi adivino que me refresca la memoria de mi santa madre cuando los bajo después haber pasado el trapeador, ¿acaso quiere que sea un contorsionista o practique yoga?

Diez minutos más, llega un vendedor ambulante y nos ofrece fruta picada, ella compra una ración que le agrega mucho limón aderezado con chile en polvo, de pronto arriba al lugar un sujeto impecablemente vestido, al parecer es muy importante pues la mecanógrafa hace reverencias casi de hinojos, coge el teléfono para contactarse con su jefe, el sujeto inmediatamente ingresa al privado, mientra sigo aquí como dice la canción, arrepentido de no haber adquirido algo de la fruta, pues el hambre empieza a surtir sus primeros estragos sobre mi estómago.

Quince minutos después el individuo sale del privado con el supuesto servidor público, el cual le tiene puesto su brazo derecho sobre la espalda de éste, por fin lo conozco, ni me voltea a ver haciéndome sentir como Sam Wheat, el personaje de la película “Ghost”; a su regreso se dirige con la oficinista para preguntarle que pendientes tiene, mientras ella me señala le expone mi caso, sin mirarme dice “dile qué espere un momento”, pasa a su privado y cierra la puerta a sus espaldas. A los tres minutos suena el interfono, una vez colgado el auricular la mujer con una sonrisita indica la puerta y me pide que ingrese con su jefe.

En el interior el tipo se encuentra sentado en su cómodo sillón ejecutivo frente a él una enorme pantalla plana de computadora, sin despegar la vista de ésta pregunta, ¿Qué se le ofrece? Aspiro de forma profunda rogando a la paciencia fuerza de resistencia, empiezo con la letanía de mis asuntos, mientras el tipo escribe sobre el teclado, de nueva cuenta escucho el sonidito del Messenger, lo cual me hace dudar entre si se encuentra tomando nota de lo que le voy diciendo o está enfrascado en una charla virtual. De pronto suena su celular, al cerciorarse de quién es la llamada sin pedir disculpas se pone de pie y da la media vuelta para contestarlo, empieza a alzar la voz como especie de reprimenda; después de cinco minutos se sienta y por la frente a pesar de lo frío del clima artificial escurre una ligera gota de sudor, noto entre las mangas de su saco sastre lamparones de humedad producto de su transpiración ocasionada por la elevada presión arterial que se generó.

Exasperado abre un cajón de su escritorio y extrae ciertos papeles, los coloca sobre el cristal que protege el mueble, me dice que para darle solución a lo mío necesito cubrir todos los requisitos que ahí se indican, por lo tanto debo llenarlos y regresar con ellos más tarde. Con franqueza creo que eso fue lo peor, más de cortesía que por ánimo agradezco “sus atenciones” y salgo del asfixiante sitio. Para colmo de males al abandonar el lugar la secretaria exclama, “¡Qué tenga un excelente día!”, haciendo un esfuerzo por aflojar las mandíbulas balbuceo “Igualmente, gracias”.

Me preguntó, ¿qué culpa tiene uno de toparse con burócratas tan ineptos? Sólo porque gracias al azar del destino estos tipos ocupan puestos que les concedió el nepotismo o compadrazgo. Quienes pagamos las consecuencias somos los que menos la debemos, líbranos Dios de personas así. Dicen que una computadora quita del empleo aproximadamente a diez personas, si son sujetos que valen la pena en su trabajo, ¡que pena! Pero si se trata de diez próceres sindicalizados. ¡En hora buena!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola profe..... que tal ya lei su articulo pero no lo puedo creer.... si eso no pasa en las oficinas del estado de colima? jajajaja

Saludos y cuidese; hasta la proxima

Atte. Su alumnita
(osea yo, jajaja)

IRIS :-)