miércoles, 20 de mayo de 2009

Las horas de oscuridad

Son las dos con quince minutos en la madrugada de un día cualquiera, llevo más de hora y media despierto, fantaseando que en algún momento voy a quedar dormido, el sueño se fue de pinta gracias al ruido provocado por el festejo de los vecinos de al lado, ¡sólo a ellos se les ocurre hacer fiesta entre semana! Cuatro cincuenta de la mañana suena el despertador, como un resorte me levanto no sin antes darle un manotazo al interruptor del reloj para que deje de sonar su taladrante chillido.

Cinco y cuarto hago mis aeróbicos mentales, de pronto un grito tipo sirena de ambulancia me vuelve a la realidad, sigo sentado en la cama con la mirada perdida y cavilando, gracias a mi mujer por recordarme que mi imaginación está más despierta que mi estado físico; al meterme a la regadera el cálculo por termar el agua falla, los primeros 25 litros están para congelar carne, al tratar de moderarlo se pone tan caliente que experimento lo que los pollos sienten al primer hervor. Una vez enjabonado el chorro empieza a disminuir hasta quedar un hilillo y luego desaparecer, resulta que por un descuido olvidé pagar la cuenta y la cortaron precisamente hoy, de forma rauda voy al patio y con el agua de la pileta me quito la espuma a plena intemperie, cuando me estoy secando de forma violenta empiezo a estornudar, ahora sólo falta que haya contraído gripe.

Seis con catorce minutos aparezco frente al espejo con la misma cara de ayer, empuño el rastrillo y la navaja al tratar de darme la primera afeitada me corta, con ardor y sufrimiento termino de hacerlo y al ponerme la loción imito a Kevin McAllister de la película “Home Alone” con el tremendo grito de dolor. Seis veinticinco cerrando el último botón de mi guayabera éste se desprende, al no contar con tiempo suficiente para colocarlo de nuevo me fajo y trato de ocultarlo. Seis menos treinta al ingresar a la cocina muevo el interruptor de la luz y el foco no ilumina, señal de que se fundió, tomo un cerillo y enciendo la estufa la flama del quemador hace honor a su nombre sobre mis dedos, huele a cabello quemado son los vellos de mis manos.

Seis treinta y cinco echo sobre el sartén un par de huevos, la yema se revienta y todo queda hecho un collage; de forma imprudente al llevarme un bocado mancho la camisa de salsa, mi mujer está ya sacando el coche y no me he cepillado los dientes, corro al lavabo a hacerlo, precisamente ahí se me ocurre la brillante idea de quitarme la mancha con agua y jabón de tocador, como ustedes saben la camisa queda como mapamundi de tanto lamparón.

Seis con cuarenta, soy torturado con el sonido de un claxon que repetidamente suena, y la voz de mi pareja diciendo: “Apúrate que se hace tarde”; seis cuarenta y cinco velozmente subo al auto y al cerrar la puerta tan fuerte ocasiono que el cristal se afloje quedando chueco, con justificada razón me llaman la atención. Seis cincuenta el congestionamiento de autos hace la vida más lenta, haciendo alarde de imprudencia infinidad de automovilistas se pasan el semáforo en rojo, mientras el frío que entra por mi ventana cala hasta los huesos, de nuevo estornudo y experimento un ligero escurrimiento nasal que es detenido gracias a la ayuda de un pañuelo desechable.

Siete exactas faltan tres cuadras y llegamos, gracias a la desvelada bostezo al hacerlo se le ocurre a un insecto introducirse por mi boca llegando a la faringe, comienzo a toser hasta expulsarlo, lo escupo pero me deja la sensación de que continua aún ahí, esto se vuelve un ligero ardor en mi garganta que conforme transcurren los minutos me empiezo a poner afónico. Lo peor tengo clase a primera hora, ¿cómo diablos le voy a hacer para impartirlas con el tono de voz así?

A estas alturas a pesar del cepillado con la pasta dental de menta mi boca tiene un ligero sabor a centavo egipcio; siete y cinco al bajar del carro no logro cerciorarme de que el jardinero acaba de regar y piso un charco el lodo salpica el pantalón caqui y moja el interior del zapato hasta llegar al calcetín, la humedad empieza a sentirse por toda la planta del pie dejando un efecto helado; de pronto experimento un molesto cosquilleo por la garganta y emito una combinación entre estornudo y tosido que no logro descifra a que categoría de enfermedad respiratoria pertenece.

Siete con diez ingreso al aula percibo un aroma a gel y hormona, miro a los estudiantes muy bien arreglados, copetes parados de rostro brillosos por la acumulación de grasa y acné me reciben con una sonrisa y saludan amablemente, este es el primer aliento de frescura, encuentro que en todos esos inocentes jóvenes existe suficiente energía e ilusión para sacudir mi mala vibra, entonces me digo que a pesar de los malos tiempos, algo tienen de bueno.

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