miércoles, 21 de enero de 2009

Objetos olvidados

En cierta ocasión en el departamento de paquetería de una conocida tienda departamental por descuido olvidé un libro que para variar lo había adquirido en otro comercio ese mismo día, al día siguiente cuando fui a reclamarlo el responsable para hacer entrega del texto me hizo entrar en la bodega donde resguardan y clasifican los objetos que los distraídos clientes olvidamos, la sorpresa fue enorme y a la vez reconfortante pues resulta que no soy el único torpe descuidado que existe en esa tienda, al percatarme de la gran cantidad de cosas que según el empleado seguido dejan los consumidores.

Entre las cosas ahí resguardadas pude ver diez paraguas de una variedad de colores, un altero de revistas, diversos medicamentos, una cámara fotográfica, un par de guantes industriales, una docena de útiles escolares – que de seguro los dejaron a propósito, ya me figuro al estudiante justificándose: fíjese profesora que perdí mi tarea por eso no la traje-, dos calculadoras, prendas de vestir, tres cascos de motociclista, cuatro peluches, playeras de soccer que imagino fueron perdidas adrede, alguien dijo si perdió mi equipo favorito la copa, pues que también se pierda la camiseta.

Algunos de esos objetos llevan meses y nadie los reclama, a lo mejor la vergüenza impone cierto orgullo que no permite hacerlo al no aceptar la torpeza, otro motivo puede ser el poco valor que el objeto tiene sobre la persona o tal vez la amnesia del estrés cotidiano evita comparecer por él.

Lo anterior trae a mi recuerdo a aquella mujer que una vez conocí, estaba hospitalizada más de seis meses, para ella ese lapso de tiempo equivalían a largos años, en todo lo que llevaba enclaustrada en esa fría cama se había aprendido de memoria las cuatro paredes y el techo de su habitación, pues debido a lo grave de su enfermedad no podía moverse mucho, es más requería de ayuda para hacerlo, por lo tanto sus ojos eran los pies y brazos, los cuales llegaban hasta donde su visión se lo permitía; sin embargo su mente gracias a la imaginación traspasaban los gruesos muros de concreto llegando muy lejos.

Debido al cúmulo de recuerdos viaja hasta su cálido hogar, observa a su mascota que moviendo el rabo la recibe y ensaliva sus manos, el gato le ronronea y pasa suavemente su pelambre sobre sus cansadas pantorrillas; después se traslada a casa de su hijo, está vacía, pero ahí ve los objetos que seguido sacudía como una forma de agradecimiento y apoyo en las labores domésticas de la ingrata nuera, pues para ella esta anciana era un lastre que cargaba su marido gracias al estúpido complejo de Edipo, casi los toca y de pronto su cansado corazón se agita de contento abrigando la esperanza de algún día regresar y contemplar extasiada a sus nietos o que ya de perdida se acuerden que ella todo este tiempo yace en el hospital.

Sus demás hijos tan sólo la han visitado cinco horas contadas en todo el periodo que lleva ahí, no tienen tiempo pues siempre se encuentran ocupados con la vorágine de actividades que les factura el servicio laboral, acaso han olvidado que esta anciana invirtió mucho de su tiempo cuidándolos cuando eran niños, desgastó su cuerpo lavando y planchando ajeno para brindarles una vida diferente a la que ella tuvo. La nieta adolescente ha llamado tan sólo dos veces para preguntar por su estado de salud, bueno eso comenta la enfermera, y existe la posibilidad de que mienta para hacerla sentir bien.

¿Qué le resta, esperar y extrañar? Qué sucedería si la muerte le llega de pronto, todo lo que tenía por charlar con ellos no va a ser posible y tal vez entonces sí, sus familiares la recordaran y extrañaran; algunos supersticiosos neciamente recurrirán al auxilio de un médium espiritista para intentar de vana forma hablar con ella, hinchando así la cartera del impostor y quedándose vacíos como siempre lo han estado.

¿Por qué tenemos que materializar nuestro afecto cuando un calendario comercial nos lo indica? ¿Por qué siempre damos el afecto que nos sobra en lugar de dar afecto de sobra? A tales interrogantes sólo cada uno de nosotros puede dar respuesta de acuerdo a nuestra idiosincrasia, además quién esté libre de culpas que dispare el primer Gansito Marinela.

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