viernes, 23 de mayo de 2008

Perdónalos Comenio, ¡no saben lo que hacen!

La educación es el arte de hacer germinar las semillas interiores que se desarrollan no por incubación sino cuando se estimulan con oportunas experiencias, suficientemente variadas y ricas y sentidas siempre como nuevas, incluso por quien la enseña. Eso lo escribió Juan Amós Comenio en su obra “La Didáctica Magna”, pero Comenio así se expresaba por ser un genio de la pedagogía, y Dios. Acá entre nosotros los seres ordinarios es curioso observar cómo muchas veces nos preguntamos, ¿Por qué no podemos avanzar en materia educativa?, ¿Por qué no podemos consolidarnos como institución formadora de recursos pensantes? ¿Por qué nos sentimos estancados en las escuelas?

Según los actuales profetas de la educación nos falta mucho para abatir el subdesarrollo educativo en todos los niveles, y si a ello le agregamos el subdesarrollo económico, social y mental, como si se tratase de una cadena circular. Estos falsos profetas aseguran que estableciendo franquicias extranjeras de métodos y técnicas “modernas” de enseñanza en la educación, igual se puede abatir el subdesarrollo mental y con ello el social que aludirá circunstancialmente al subdesarrollo económico, pero lo más risible es que otro grupo considera que solito se va ir solucionando, pero que falta aproximadamente cinco generaciones para darle fin; de forma pesimista una corriente educativa señala que cada día nos alejamos más de la solución conforme nos apegamos a los cambios que factura la modernidad.

En el ambiente escolar existe mucha gente que con falsas modestias ven a los demás como atrasaditos, nos palmean la espalda, diciendo “pobrecitos”; actitud muchas veces fomentada por sectas educativas de todos sabores y de todos “Dioses” que predican la siempre efectiva frase: “Ellos y nosotros”, “Ellos están bien, nosotros estamos mal”, por lo tanto urge una reforma o cambios a la enseñanza de tal nivel, sin considerar, claro a los demás niveles o peor aún querer cambiar el ritmo educativo de un plantel para decir que están haciendo lo correcto. Caso contrario se encuentra el grupo de “expertos” que nos halagan y ven con ojos de provecho lo que en años hemos fincado en este rubro o simplemente nos intentan vender una panacea educativa que haga de nuestros programas académicos verdaderos recetarios para los docentes -muy al estilo Chepina Peralta, a pesar de que ella declaró al periódico “La Jornada” no saber cocinar e irónicamente conducía un programa de cocina-, para cuando ingrese uno nuevo no se le dificulte abordar los temas de las asignaturas.

Bajo tal pasteurización a nuestros sistemas educativos nos convertimos en seudo analistas en materia formativa, entrando así a la disyuntiva de quiénes tendrán la culpa del malestar que aqueja en las aulas e intentamos distribuirla entre los profesores achacándoles problemas de enseñanza y la otra se la atribuimos a malos hábitos de estudio en los alumnos.

Si los docentes forman parte de esta anomalía en el sistema, no hay mejor solución que enviarlos a recibir cursos que los actualicen; pero nos encontramos con profesores fatigados que laboran más de ocho horas además del tiempo invertido en casa calificando exámenes, trabajos o preparando clases, y encima se les exige asistir en horas ajenas a su ritmo laboral a capacitarse. Tales argumentos sumados al temor a lo desconocido o nuevo, ha provocado en algunos conserven sus tradicionales métodos de enseñanza, más con el paso del tiempo, tal práctica llega a convertirlos en patéticos magos que repiten sus trucos al grado de ser predecidos por su público, perdiendo esa sensación de novedad y asombro, pues conforme pasan las generaciones estudiantiles, las viejas transmiten a las nuevas, los defectos, gustos y aversiones docentes. Así tenemos profesores que ostentan una maestría o doctorado, y sus prácticas algunas veces reflejan que un título no erradica la insensatez, ni hace más sabio, ni mucho menos iluminado, que esa sería la evolución lógica, sólo algunas veces más “culto”. Pero la experiencia ha puesto en evidencia que la escuela requiere de merolicos que digan frases bonitas o que ignoran, pero que se escuchan impactantes con tal de mantener al rebaño perplejo.

Como centro de capacitación para aquellos profesionales de cualquier área que deseen ejercer la docencia por primera vez, tienen al nivel medio superior, pues es posible en los bachilleratos practicar este oficio, ya que los jóvenes están tan distraídos con sus cambios hormonales, que ni cuenta se darán de los errores cometidos en ese ensayo. ¡Por favor! Esto es una forma pueril de menospreciarlos, es un insulto al desarrollo de su inteligencia; cómo queremos mejorar entonces nuestros índices de calidad con esta difusa idea.

De los estudiantes nos quejamos que tienen demasiada baja tolerancia, padecen de aburrimiento crónico en clases, muestran cierta aversión por algunas asignaturas, acaso no hemos caído en la cuenta de que nuestros métodos y formas didácticas de impartirlas les fomenta más la atracción por la métrica con evaluamos que por los contenidos, porque es más importante el tener que el ser. ¿Por qué les resulta más fácil aprender a hacer trampa en los exámenes, ofenderse y fomentar en las aulas el sarcasmo entre estudiantes y profesores? Gracias a esa tradición tan nuestra de la tranza y de ese estilo de vida y práctica tan común y equivocadamente admirada de chingar; sí, esos ejercicios que a diario ejercen de forma extraescolar. Entonces estamos enseñando en las aulas teorías tan perfectas que no tienen aplicación en la vida real, ¿Será la escuela la que se aleja de lo cotidiano?

Ya basta de hacer evaluaciones internas de lo que con certeza sabemos ocurre en la enseñanza, mejor hay que revisar si lo que hemos hecho ha funcionado correctamente; es una pena que a veces resulta más prolífico seguir el amplio abanico de copias que subsisten en diversos medios educativos de otros países que nos excluyen y segregan más, en lugar de fortalecer los nuestros de acuerdo a la idiosincrasia, pues más vale declararse incompetente en materias del currículo que hacer el ridículo implementando segmentos o parcelas de modelos educativos que a lo mejor ni darán fruto y que enfrentan la creatividad contra lo que es obvio.

Mientras los padres y madres sigan otorgándole a las escuelas el sentido de guardería, podemos tener la plena seguridad de que las aulas estarán repletas conservando el aroma a humano; y persistan profesores que hacen la mimesis de que laboran debido al salario que perciben, el progreso académico se verá ahora sí cada vez más infinito y nuestra formación académica seguirá siendo una educación Kamikaze.

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