Me siento responsable porque lo que voy a escribir, y además porque supuestamente antes de redactarlo lo estoy pensando, pero lo más apropiado es que justifique que lo aquí expuesto es producto de mis inseguridades y de nadie más, pues resulta que este martes inicie como hace varios semestres a impartir la asignatura de Filosofía en bachillerato, y como cada vez que la imparto, me llega la preocupación de que muchos estudiantes consideran que la filosofía no tiene relevancia práctica en sus vidas, prefiriendo materias que aborden temas más contemporáneos y aplicables a su realidad, aunado a ello, llegan a la asignatura sin una base adecuada, lo que dificulta su comprensión de conceptos abstractos y complejos.
Considerando que la generación actual está inmersa en una cultura visual que prioriza imágenes sobre argumentos lógicos, lo que tal vez reduzca algo de su capacidad para involucrarse en el pensamiento crítico y la reflexión filosófica. Aunado a eso, si estamos conscientes de que al leer mensajes de WhatsApp o ver una película con subtítulos, no significa que el alumnado tenga habilidades avanzadas de lectura y análisis que esta asignatura exige, se complica aún más su aprendizaje. Otra situación es que muchos de los jóvenes tienen la idea de que al cursarla exista la posibilidad de centrar los “aprendizajes” -sí, weee, entre comillas, pues esto es educación de pericos- en la memorización de datos y biografías de filósofos, en lugar de fomentar el debate crítico y la participación activa de los estudiantes.
La proliferación de tecnologías digitales ha cambiado la forma en que las y los estudiantes interactúan con el conocimiento, favoreciendo formatos más superficiales en lugar del análisis profundo requerido por esta asignatura. Y para colmo hemos intentado bajo la idea de fortalecer el proceso enseñanza-aprendizaje ofrecer una educación cómoda, donde la escuela se convierte en un entretenimiento y la profesión docente en animadores culturales que divierte al alumnado, quienes se desconectan de los temas filosóficos, pues suelen tener expectativas poco realistas sobre lo que en ella aprenderán, llevándolos a considerarla como una disciplina secundaria o irrelevante.
Me invade la ansiedad traicionera al conjugarla con las expectativas de querer inculcarles que la filosofía es el antídoto contra la fatalidad. Sí, esa fatalidad causada por la herencia intelectual visceral del patriarca ignorante a sus vástagos, razón por la cual es preciso decirles que el paso decisivo para empezar un proceso de emancipación intelectual es darse cuenta uno mismo de que existe una obligación moral en obtener conocimientos y la filosofía hace saltar estas barreras por los aires. La filosofía es lo más subversivo que hay.
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