jueves, 20 de febrero de 2025

¿Quién educa al pedagogo?


¡Ah, el pedagogo! Esa figura casi mítica que, armada con teorías educativas y un optimismo a prueba de bombas, se dedica a moldear las mentes del futuro. Pero, ¿quién ilumina el camino de estos guías de la enseñanza? ¿Quién les baja de la nube de ideas abstractas y les enfrenta a la cruda realidad de las aulas?

Podríamos pensar que son los libros, esos ladrillos llenos de sesudos análisis sobre teorías tan perfectas que no tienen aplicación en la realidad y las últimas tendencias en metodologías educativas. Pero, seamos sinceros, ¿cuántos pedagogos recuerdan algo de Comenio, Piaget, Montessori, Rousseau después de aprobar la asignatura? ¿O aplican realmente las teorías de Reggio Emilia en un aula con 50 adolescentes y recursos limitados?

No, amigos. La verdadera escuela del pedagogo es la vida misma. Es el diplomado intensivo que te da la experiencia, las y los estudiantes gritando, los padres quejándose y la burocracia asfixiante. Es el día a día en el que te das cuenta de que la teoría es muy bonita, pero la práctica es un campo de batalla donde sobreviven los más resilientes.

Y, por supuesto, no podemos olvidar a los verdaderos héroes anónimos de esta historia: el alumnado. Esos seres que, con su espontaneidad y falta de filtro, te desmontan cualquier esquema preconcebido. Te enseñan que cada uno es un mundo, que no hay fórmulas mágicas y que, a veces, la mejor lección es aprender a escuchar.

Así que, la próxima vez que veas a un pedagogo, no lo mires con condescendencia. Recuerda que detrás de esa fachada de experto en educación se esconde un superviviente que ha aprendido más de los errores que de los aciertos. Un tipo que, a pesar de todo, sigue creyendo en el poder de la educación para transformar el mundo. O al menos, para mantener a raya a un grupo de jóvenes hiperactivos durante una hora.

jueves, 6 de febrero de 2025

La filosofía en el aula.



Me siento responsable porque lo que voy a escribir, y además porque supuestamente antes de redactarlo lo estoy pensando, pero lo más apropiado es que justifique que lo aquí expuesto es producto de mis inseguridades y de nadie más, pues resulta que este martes inicie como hace varios semestres a impartir la asignatura de Filosofía en bachillerato, y como cada vez que la imparto, me llega la preocupación de que muchos estudiantes consideran que la filosofía no tiene relevancia práctica en sus vidas, prefiriendo materias que aborden temas más contemporáneos y aplicables a su realidad, aunado a ello, llegan a la asignatura sin una base adecuada, lo que dificulta su comprensión de conceptos abstractos y complejos.

Considerando que la generación actual está inmersa en una cultura visual que prioriza imágenes sobre argumentos lógicos, lo que tal vez reduzca algo de su capacidad para involucrarse en el pensamiento crítico y la reflexión filosófica. Aunado a eso, si estamos conscientes de que al leer mensajes de WhatsApp o ver una película con subtítulos, no significa que el alumnado tenga habilidades avanzadas de lectura y análisis que esta asignatura exige, se complica aún más su aprendizaje. Otra situación es que muchos de los jóvenes tienen la idea de que al cursarla exista la posibilidad de centrar los “aprendizajes” -sí, weee, entre comillas, pues esto es educación de pericos- en la memorización de datos y biografías de filósofos, en lugar de fomentar el debate crítico y la participación activa de los estudiantes.

La proliferación de tecnologías digitales ha cambiado la forma en que las y los estudiantes interactúan con el conocimiento, favoreciendo formatos más superficiales en lugar del análisis profundo requerido por esta asignatura. Y para colmo hemos intentado bajo la idea de fortalecer el proceso enseñanza-aprendizaje ofrecer una educación cómoda, donde la escuela se convierte en un entretenimiento y la profesión docente en animadores culturales que divierte al alumnado, quienes se desconectan de los temas filosóficos, pues suelen tener expectativas poco realistas sobre lo que en ella aprenderán, llevándolos a considerarla como una disciplina secundaria o irrelevante.

Me invade la ansiedad traicionera al conjugarla con las expectativas de querer inculcarles que la filosofía es el antídoto contra la fatalidad. Sí, esa fatalidad causada por la herencia intelectual visceral del patriarca ignorante a sus vástagos, razón por la cual es preciso decirles que el paso decisivo para empezar un proceso de emancipación intelectual es darse cuenta uno mismo de que existe una obligación moral en obtener conocimientos y la filosofía hace saltar estas barreras por los aires. La filosofía es lo más subversivo que hay.