jueves, 12 de octubre de 2023

El que domina la mente, lo domina todo.

Durante la infancia me alucinaba un buen con los cuentos de Kaliman y sus extraordinarios poderes, como telepatía, telequinesis y levitación, por cierto, la frase más perrona de él, que aún la llevo grabada es: “El que domina la mente, lo domina todo”; ¡híjole! Cuando a través del programa “Para gente grande” que conducía Ricardo Rocha estuvo de invitado Uri Geller quien con su tacto doblaba cubiertos, terminé bien hypeado, igual cuando Luke Skywalke, estirando su mano movía los objetos sin tenerlos que tocar, era la neta.

¿A qué voy con todo esto? Resulta que hace unos días tuve la fortuna de probar esa frase tan chingona de Kaliman. Ustedes no están para saberlo, ni yo para contárselos, pero este artículo tiene su antecedente, pues por varios meses, al salir de casa para dirigir mis humildes pasos hacia la chamba, todas las mañanas encontraba excremento de perro a un lado de la puerta del cancel de su casa, que es la mía – ¿creo que la frase es al revés? -, entonces, un sábado decidí a espiar para descubrir que la mascota era de mis vecinos, quienes le abrían su domicilio, el animal, este muy ufano salía, hacía sus necesidades fisiológicas afuera de mi cancel, la señora le volvía a abrir para que regresara a su casa y ellos muy a gusto, mientras que a mí me tocaba limpiar las inmundicias.

Fue cuando recordé esas infalibles enseñanzas de mi abuela materna, como aquella vez que llovía a cantaros y con una sinfonía de rayos a tope, nos enseñó que con las toallas tipo turbantes en la cabeza evitábamos atraer las descargas eléctricas de La Madre Naturaleza hacia nosotros. Esta vez, ella, la mujer anciana que lavaba ajeno, a quien yo le ayudaba  llevando la ropa a entregar a las amas de casa de la colonia Magisterial por una Coca-Cola y la bolsita de Pizzerolas de Sabritas, me develo uno de los misterios de la humanidad más ancestrales y poderosos, que simplemente consiste en enganchar ambos dedos índices de la mano y hacer fuerza para que un perro no haga caca, y ahí estaba la mascota de mis vecinos caminando como charro con las patas arqueadas y sin salir nada por su esfínter, mientras sus ladridos se asemejaban a los maullidos de aquel pobre gato viudo -gracias Chava Flores, por el texto-, mientras mi vecina echándome su mirada de refrescar la memoria de mi Santa Jefecita, balbuceaba que me iba a demandar por maltrato animal.

¿Cuál maltrato? ¡Si ni siquiera lo había tocado ni insultado! Pero en el interior de mi desordenada cabeza, se escuchaba la voz del Hombre Increíble, ataviado con su casaca de seda, turbante con una piedra rubí al centro decirme: “El que domina la mente, lo domina todo”, mientras mi abuela allá en el barrio que hay detrás de las estrellas, orgullosa les presumía a los ángeles y serafines la proeza de su nieto.

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