jueves, 19 de mayo de 2022

El Tíbet.



Para quienes nos hemos desplazado en la limusina amarilla, ese medio de transporte tan necesario —y odiado a la vez—, ¡óigame, ni respetan las tarifas, algunas unidades están del asco y aparte tener que escuchar sus alucines de historias sonorizadas con la pinche música que llevan, desde esos reguetones misóginos hasta un recital en MP3 de Los Rieleros Del Norte! Esa mañana como siempre tenía prisa, llegué a las afueras de la clínica 11 del IMSS, ¡qué bien si fuera el IMS de Camilo Lara, para oír una rola de esas sabrosonas!

En el lugar estaba una señora que se miraba desesperada, haciéndole señales a varios taxistas quienes ni se fijaban en ella, al ponerme a su lado realizo la clásica señal y, como si fuera un acto de prestidigitador, se detiene el chófer de la unidad… la verdad, siempre cometo la misma idiotez de no fijarme en el número de taxi que tomo, una vez abordo le preguntó porqué no se llevó a la dama, en su respuesta argumenta que se miraba muy problemática.

Ahí vamos driblando el tránsito kamikaze de la Avenida San Fernando, un alto, un siga, el amarillo que para él también es siga, mientras el conductor en el retrovisor lateral se peina, al cerciorarse que lo observo, dice: “Nomás una chaineada patrón, ya ve usté, para encandilar a las morras”. La ranfla nos sacude telúricamente en cada luz roja que se detiene, y para justificarla, el taxista argumenta que la biela anda bien traqueteada. Por fin en la Gonzalo de Sandoval damos vuelta para tomar la calle del Estudiante, llegamos a la Avenida Universidad, antes de descender le preguntó por el cobro del servicio, “¡cuarenta pesitos!” Le doy un billete de cincuenta, e inmediatamente dice: “Chin… pos, le voy a quedar a deber diez morlacos, no traigo cambio”. -Oye, tengo treintaicinco, ¿los aceptas? “Cómo cree, a mí me hacen falta los cinco pesitos y usté perder diez no creo que le afecten, con esa facha de ejecutivo se nota que gana rete bien”.   

Escuchándolo, vienen a mi desamueblado cerebro algunas ideas de Siddharta Gautama, como recurrir a ese desapego obligatorio que debemos de concebir los seres humanos y transformarnos en individuos humildes y mesurados, enseñanzas que nos ha legado esta ciudad budista, en donde varios de sus aborígenes que han sido despojados de sus pertenecías por los amantes de lo ajeno, saqueados del refrigerador de la oficina ese chesco que guardo para el desempance gracias al hambre ociosa de sus colegas Godínez, basculeados por ese pinche carterista del camión de pasajeros, en fin, este conductor me concientizo así como otros lo hicieron con mis vecinos, de que todo en la vida es prestado, nada nos pertenece, todo es del que te desvalija con buenas intenciones, pero sí aun te queda esa ingrata sensación de que durante el día alguien te está quitando algo valioso, no te preocupe recuerda que puedes sobrevivir sin ello.

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