jueves, 7 de abril de 2022

Lenguaje coloquial y desenfadado.


A veces somos muy dados a marginar a las personas que son como uno, Amparo Ochoa y Gabino Palomares le llaman a ese complejo social, La maldición de Malinche, un racismo que limita las posibilidades de las personas, limita su acumulación de riquezas folclóricas, y hace que nuestra idiosincrasia se desvirtué, a tal grado de fomentar un sentimiento de retraso intelectual a quienes aún se comportan como los aborígenes de nuestro estado, erradicando vestigios que deberían de conservarse, por ejemplo, esa forma de hablar del colimense tan original, que gracias al lenguaje políticamente correcto ha quedado en el olvido. Para mí no, pues siempre me ha resultado gratificante escucharlo en los tianguis, mercados o a mis familiares, al igual que me enorgullece leer a Armando Ramírez quien en su libro
 Noche de califas, rescata ese caló de los chichifos o a José Agustín, el escritor de La Onda, quien, como Parménides García Saldaña, nunca sintieron “cosas” -así, como decía el Doctor Chapatín– de redactar sus textos en lenguaje coloquial.

Y es que la riqueza en el vocabulario de nosotros los colimenses es digno de cualquier estirpe lingüística, basta recordar que entrambulicarse equivale a equivocarse, lo que comemos por antojo y en gran cantidad es guzguera, caminar sin calzado es andar a raíz, a la acción de colocar objetos uno encima de otros es asobronar, mientras que los cabetes son para nosotros las agujetas con que se amarra cualquier tipo de zapato, cuando algo o alguien se nos pierde solemos decir que se hizo “ojo de hormiga”, a las perforaciones, hoyos o agujeros acá les decimo portillos y a la acción de aplastar es apalcuachar, los cobertores se llaman ponchos, ponerse de puntillas es apelincarse, experimentar asco o sentir náusea equivale a dar grima, cuando una persona le encanta ir de visita a las casas se le tacha de jacalera y al infante inquieto o como dirían los pediatras, que padece trastorno por déficit de atención e hiperactividad, es común decir: ¡a ese escuincle no le cabe una calilla!

Mención especial a esa crasis en nuestro hablar, tan común, como muestras las siguientes: para afirmar algo lo más rápido es pronunciar un sonido gutural que equivale a ¡eeiií!, mientras que para ratificar algo como cierto con un “eda que sí” es más que suficiente; cuando uno confirma su presencia en algún evento o viaje, simplemente diciendo “si voy´ir” damos por enterado a los demás. En Colima, olvídate del Google Maps, para ubicar un domicilio, únicamente le preguntas a cualquier paisano y este te dará indicaciones tan correctas como: “Si quieres ir en ca´ Bertha, le da tres cuadras pa´ allá y ahí das vuelta donde está una casa color…. y luego, una cuadra más encina adelantito… ahí mero es”, no es que sea un realismo destrampado, es que es tan común la ubicación que como la imagina, piensa que su interlocutor lo ve… Por cierto, panocha y nango en el artículo anterior los mencioné, no es que se me olvidarán.

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