miércoles, 13 de abril de 2011

Educación T.V.dirigida

Una fecha importante de abril, es el día de la educadora, esa señorita que nos acompaña durante nuestros inicios en la educación formal; igual no hay que olvidar tampoco a la profesora que en buena parte de la educación informal nos va fomentando diversos valores que con el transcurrir de la vida forjan el carácter y la personalidad, me refiero al televisor y su supuesta programación idiota.

La televisión muchas de las veces cumple funciones de nana, cuando las abnegadas madrecitas depositan su confianza en ella dejando bajo su cuidado a los pequeños, también los acompaña en los momentos de soledad cuando papá y mamá tiene que trabajar, los entretiene para que no den lata en el momento en que sus progenitores se encuentran socializando, entre otras virtudes más. Como un pequeño ejemplo de esto lean lo siguiente:

Corría el año 2009, un servidor se encontraba en una conocida tienda comercial ojeando una revista, muy a pesar del llamativo papel que señalaba abstenerse a realizar tal actividad, de pronto el grito entusiasta de un pequeño de cuatro años hizo que perdiera la concentración de ver las hermosas fotos de la revista del conejito elegante; el niño con acento eufórico decía a su mamá, “¡Mira mami, ahíta sortilegio, ahíta sortilegio!” -Estoy seguro que con ese ánimo este chamaco nunca recibe a su papá-.

Rápidamente con la mirada hice un recorrido de todas las publicaciones que el infante señalaba con el propósito de localizar a la que se refería, lo bueno fue que éste sin más recato la cogió para mostrársela a su madre, fue entonces que pude constatar que se trataba de un tabloide sobre farándula que en portada tenía impresa una enorme fotografía del actor y modelo cubano William Levy.

Más adelante supe que “Sortilegio” era una telenovela de Televisa, basada en un refrito de otra que durante los ochentas hizo mella en el teleuditorio llamada “Tú o nadie”, razón por la cual no es de sorprenderse el impacto comercial que esta nueva versión tenga, menos aún que un crío de escasos cuatro años se deje manipular con facilidad por ella, además lo más seguro es que acompañe todos los días a su mamá cuando la estén exhibiendo y ella sea parte importante para influenciarlo.

A mí a esa edad no me atraían las telenovelas, era más fiel al Tío Gamboín con su maravillosa barra de dibujos animados, pasaba tardes de ocio sin aburrirme viendo las tranzas que Don Gato y su pandilla le hacían al inocente oficial Matute, los misterios que el Gran Danés Scooby-Doo y sus amigos resolvían gracias a sus torpezas; por las noches era asiduo a las series que ese mismo canal trasmitía, los Dukes de Hazzard con sus vertiginosas persecuciones –imposible olvidar los diminutos shorts de Daisy Duke-; el Sheriff Lobo que siempre salía al paso de las tonterías de su cuñado Perkins gracias a la ayuda de Birdie, el hijo del alcalde. Recuerdo que un conocido era asiduo espectador a la serie “Hawaii 5.0”, siempre que empezaba a hacer referencia al capítulo que vio, en cuanto pronunciaba el nombre de la serie, había alguien que lo callaba preguntándole, “¿favor quién?”.

De todo el bombardeo mediático que recibía no puedo olvidar los cortes comerciales. Era toda una inspiración al onanismo observar a la entonces curvilínea Lucía Méndez en paños menores, irse despojando de la camiseta masculina mientras con voz sensual decía “es mía, pero si quieres te la presto”; imposible olvidar la frasecita “¿eres tú, Carlos?” que en repetidas ocasiones utilizábamos para mofarnos de las chicas que les chillaba la rata; los que nuca pude oler, pues en casa carecían de recursos económicos para comprármelos fueron los zapatitos más chavitos; al igual que el perro de Pávlov salivaba siempre que aparecía en pantalla la abuelita del cine mexicano saboreando el espumoso chocolate. Siempre tuve la duda sobre ese efecto especial que hacía a unas simples cubetas hacer el chaca-chaca como lavadoras impulsados por la fuerza del detergente con la imagen del átomo.

En la infancia y adolescencia sucumbí ante la deliciosa comida chatarra que la magia del televisor me proporcionaba, obteniendo como resultado un fortificado tejido adiposo que en la senectud me ha acarreado tantos problemas de salud; ahora comprendo porqué Capulina es diabético, pues gustaba saborear el relleno cremosito de los pastelitos de chocolate que promocionaba, al igual que el Chapulín Colorado con sus crujientes buñuelos. No quiero imaginar como se ha de ver el famoso cowboy que fumaba al mismo tiempo que arreaba sus vacas hoy, posiblemente víctima del enfisema pulmonar.

Era tanta la enajenación de los comerciales que cuando observaba por la calle en los abarrotes de la esquina le efigie del conocido ganso, enseguida venía al pensamiento la frase: “¡recuérdame!”; hoy gracias al control remoto, a las empresas les cuesta cierta dificultad captar neuronas para su banco comercial de masas encefálicas, motivo por el cual recurren a promocionar sus productos a través de segmentos dentro del programa con los actores como si fuera parte del mismo, hacer rifas basados en los contenidos de la programación, entre otras argucias. Será negocio la publicidad por este medio, si un comercial de treinta segundos en el pasado Super Bowl, costaba aproximadamente tres millones de dólares.

Sin lugar a dudas la generación Atari a la cual pertenezco, recibió una fuerte dosis de educación por medio del televisor, ¡y eso que la telesecundaria apenas iba desarrollándose! Nuestras formas de comportarnos siguen aferrados a esa década de los ochentas, donde prevalecen los entubados jeans de mezclilla, las camisas del cocodrilito, el tenis de la estrellita tipo bota y las costumbres gastronómicas. No quiero ni pensar cómo será educada la generación de la arroba; por tales razones este día 21 abrace a su televisor en señal de felicitación, pues de no ser por ella hoy no sería lo que es.

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