jueves, 28 de agosto de 2025

Temporada de lluvias o la época cuaternaria 2.0



¿Han visto lo que pasa con el pronóstico del tiempo en el teléfono celular? Es como si tuvieras a un burro, sí, un burro cabezón que nunca va parejo. Que, si llueve, que, si no, que sale el sol, que viene tormenta… ¡pero vamos, que ni ellos mismos llegan a un acuerdo a ver quién tiene la razón, digo, no por algo les llaman teléfonos inteligentes! Eso sí, con los relojes del celular, gracias a Internet, todos vamos igualitos, como soldaditos, pero con el clima… ¡madre mía, eso es un desbarajuste!

Pero, si alguno le atina y empieza a llover, la gente se pone como en la prehistoria, en plena época cuaternaria otra vez, porque si ven un rayo, te juro que parece que va a caer el apocalipsis encima. El agua cayendo les da pánico, y si hay viento fuerte… ¡huyen a refugiarse como si fuera un huracán categoría 5 que está a la vuelta de la esquina! En esos momentos tomar un taxi en plena lluvia es misión imposible. Mejor ni lo intentes, porque los coches de las aplicaciones esos que te alquilan, nada más ven llover y suben las tarifas, o directamente cuelgan el cartelito de “sin disponibilidad”. Anda, como si fueran los últimos supervivientes del planeta que deciden que hoy, pa’ lante no van.

Y en casa, bueno, en casa si se va la luz, ahí sí que nos convertimos en inútiles. Nada de cenas románticas a la luz de las velas ni nada de eso, no, nos aburrimos porque el ocio somos nosotros mismos. Ya no sabemos ni mirarnos a los ojos sin la pantalla que nos distraiga. Así que nada, la lluvia nos devuelve a tiempos prehistóricos, solo que ahora con WiFi y celulares malditos que no se ponen de acuerdo ni para decir si hace fresco o calor.

jueves, 21 de agosto de 2025

La silenciosa complicidad.



Si hay algo en esta vida que no falla, es la habilidad que tenemos para complicarnos la existencia con conspiraciones que sólo existen en nuestra imaginación… o eso creemos. Pero ojo, no hablo de cosas serias, no, hablo de esas silenciosas, esas pequeñas maquinaciones que pasan cada día y que, sin darnos cuenta, nos hacen cómplices de un complot universal que desafía la paz en el hogar, la oficina y hasta en los lugares menos pensados.

Primero, la oficina. ¿Quién no ha vivido ese momento en que las y los colegas parecen tener un sindicato secreto con la administración? Que, si el jefe pide que se cumpla un horario, que, si “la cafetera no funciona”, pero todos saben que el café está guardado en lo más recóndito de la oficina, pa´l que no coopera no le llegue, escondido como si fuera el oro del rey Salomón. Y mientras tanto, los Godínez lanzan miraditas de “ya te llegó la hora”, sin decir palabra, porque en realidad todos estamos ahí, conspirando para hacer la jornada un poco más amena.

Luego, los hermanos. Ah, esos seres maravillosos que, pese a la sangre, tienen un doctorado en sabotaje. ¿Una camiseta desaparecida justo el día que los amigos vienen a casa? ¿Un secreto confesado con voz bajita que luego se convierte en motivo de chiste durante toda la reunión familiar? Eso no es casualidad, amigos, eso es obra del gremio fraternal de la silenciosa complicidad.

Y en casa, ¡ay! La eterna guerra fría entre suegra y esposa. Un complot sin estridencias que se mueve a la sombra, con sonrisas que enmascaran estrategias dignas de una novela de espionaje. Regaños disfrazados de consejos, invitaciones que parecen ofrecimientos, pero esconden trampas sutiles… Todo para mantener en jaque al pobre y confundido esposo que, claro, observa desde su trinchera sin entender muy bien qué le ha tocado en suerte.

Al final, lo que tenemos es una especie de pacto tácito. Un acuerdo colectivo que nos mantiene unidos por el hilo invisible de la complicidad silenciosa, donde todos somos tanto cómplices como víctimas de un juego que sólo termina cuando alguien se atreve a romper la cadena… o se cansa y decide reírse con todo este sainete.

Por eso digo, y esto no es mío sino del gran maestro de la confusión nacional, que, a todo este complot, a toda esta conspiración cotidiana… ¡les preparamos unos tamales de cúrcuma, con atole de pasiflora y santas pascuas!

jueves, 14 de agosto de 2025

El Sísifo moderno.


¿Sabes eso de Sísifo empujando la piedra montaña arriba? Pues es como si Zeus le hubiera puesto tarea de oficina en pleno 2025, ¿no? En la actualidad Sísifo sería esa persona que se levanta a las 6:30 de la madrugada, sale con su enorme piedra a buscar un camión que lo lleve de mosca, sí, por lo repleto que van a las horas pico de ingreso y egreso laboral, llega a su oficina, se sienta en su mesa con la computadora, empieza a “trabajar” y al cuarto de hora después la piedra esa, que ahora es el correo electrónico, el WhatsApp o cualquier red social, ya le ha caído otra vez al suelo. Y vuelta a empezar. Porque claro, en la era del quehacer
 Godin tú puedes estar 8 horas haciendo como que haces cosas y al final, cuando miras el reloj, ¡zas!, “Todo sigue igual”, o, mejor dicho, todo está en constante flujo, pa´que quede más elegante.

Por no hablar de las rutinas domésticas… Sísifo empujando esa roca refleja perfectamente cuando tú miras alrededor con la intención de ordenar la casa, claro, con las pilas apagadas y el cuerpo pidiendo sofá, pero llegas al patio de servicio y como Mahoma la montaña de ropa vuelve a estar ahí, con el cesto lleno y la ropa sucia que nunca se acaba. Eso sí, con la filosofía griega podríamos decir que Τα πάντα ῥέοντα (Ta panta rheonta), o sea, que todo fluye… pero en mi casa lleva años fluyendo por el mismo sitio, y lo único que cambia es el polvo, por otras capas más.

La vida sedentaria también es otro cuento. Sísifo no tenía que lidiar con las series de Netflix ni con los anuncios de “haz ejercicio en 5 minutos”. Él sudaría empujando la piedra, pero nosotros, que estamos sentados todo el día, ¡ni para levantar el control remoto! Es como que la piedra pesa menos, pero aquí el castigo es quedarte pegado a la silla, que es una condena moderna. Y cuando intentas moverte un poco, te duele todo, o sea, que vuelves al principio, a esa piedra que nunca llega a la cima porque estamos demasiado cómodos.

En resumen, Sísifo hoy sería un oficinista de contrato temporal, con una montaña de correos sin responder y un montón de ropa para lavar… que todos los días dice “mañana cambio”, pero al final, entre el trabajo, la casa desordenada y la pereza, solo fluye eso, fluye la rutina, como cuando la piedra rueda sin parar y tú piensas: “Esto es mi vida, empujando la misma piedra, pero al menos me río que es gratis”.

jueves, 7 de agosto de 2025

Tuba en mano, corazón en la calle.



Hace unos días, la población de nuestra Ciudad de las Palmeras leía en las diversas redes sociales que se sumaran a la oración familiar, que por cierta intervención quirúrgica se sometería Baldo el tubero, un incansable trabajador con grandeza fiel. En cada palma dejó su piel, un lazo urbano que legó miel, en cada banqueta. Ese personaje que no solo vendía tuba, sino que ponía alegría y sazón a las calles de Colima. Porque, claro, él no era un simple vendedor, era nuestro camarada, carnal de barrio, alma sagrada, tuba y cariño, fórmula sagrada que deleitaba desde adultos, adolescentes y niños; era el alma de la esquina, de las escuelas, el buen amigo que siempre tenía una sonrisa y un saludo para todos.

Lo que a muchos nos conquistaba era su humildad y esa tuba que llevaba como si fuera un trofeo, siempre fresca, siempre lista para refrescar el día, para apaciguar el calorón. En las escuelas, los profesores, que eran más serios que una novela sin final feliz, entre cambio de hora de clase, los esperaba Baldo con un vaso de ese néctar extraído de la savia de palma fermentada, que se los regalaba mediado entre frío y al tiempo, pa’ que no se dañaran la garganta. Era un reconocimiento a la labor docente con que este señor de cabellos de plata premiaba en los pasillos —un premio de reyes, vamos. Y el estudiantado, esos que a veces no tenían para ese día, se las fiaba sin pensarlo dos veces. Así que cuando lo veían venir, no solo corriendo detrás de la tuba, le echaban una mano y lo ayudaban a cargar con el bule o guaje, ese recipiente tradicional hecho de una guía similar a la planta de calabaza, que ayudaba a mantener la bebida fresca.

Eso, señores, se llama corazón grande, y eso es lo que dejó Baldo en los rincones y en el alma de la ciudad. Un hombre que, aunque humilde, tenía la grandeza de unirnos con algo tan sencillo y delicioso como una bebida artesanal, pero con un sabor a comunidad y cariño que nadie podrá olvidar en cada sorbo de tuba y en cada sonrisa que nos regaló.