Mientras que los juguetes no son de adultos, más bien, aquellos monitos que en mi infancia hacían volar la imaginación, por cierto, era todo un alucine esa canción de Francisco Gabilondo Soler –Cri-Crí para la raza-, llamada “El Baile de los Muñecos”, en la cual se anticipa a Pixar con su Toy Story, cantándonos la historia de unos juguetitos que todos los días a las 3 de la mañana se avientan un bailongo o de esos guateques que concluyen hasta el alba, y ahí me tienen, cuando el pis a deshoras de la noche me despertaba, esperaba con curiosidad ver echarse un zapateado al Kid Acero con la Mujer Biónica.
A los cómics les guardo mucho aprecio, con ellos nació el gusto por la lectura, es más, a los 6 años le pedí a mi madre que me enseñara a leer, para así comprender lo que decían los dibujos, ahí me tienen haciendo sonidos guturales mientras practicaba gracias a la pedagogía de El Silabario de San Miguel -pequeño folleto de 8 hojas, impreso en rústico papel revolución-; mientras que la música, pues nos hay nada como escucharla en sus formatos originales que resaltan los 24bits/192KHz de la grabación, olvídense de esos datos en streming austeros y comprimidos de malísima calidad de audio, que por cierto, con la llegada de MP3, Apple Music, Deezer y Spotify, se acabaron aquellas joyas de los conciertos grabados, entre mis preferidos resalta el “101”, de Depeche Mode, grabado en 1989.
Dirán que todo es pura cuerda, ¡yo ni le hago eso! Pues quien cuerda te da ahorcado te quiere ver, más, existen quienes piensan en la actualidad que, al colocar emoticones en el WhatsApp, los que los reciben experimentan las emociones expresadas, pos no, date de santos que de perdida fuiste leído, o sea, si se te pusieron en azul las palomitas, pues sino, lo más seguro es que te genere un desconchinfle nervioso. Espero que antes de llegar al punto final del texto le sigan puntos suspensivos existenciales, de esos que afloran la diástole del núcleo de mi pecho, y ahora me comprendan más que antes, en fin, yo soy Marcial, y, ustedes no.
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