“¡Botellas que vendan! ¡Zapatos usados!
¡Sombreros estropeados, pantalones remendados!
¡Cambio, vendo y compro por igual!” Francisco Gabilondo Soler
Cuando uno navega por la internet, se encuentra tantas cosas, según datos de los 30.6 millones de usuarios de la web en nuestro país, una minoría (12%) realiza compras por Internet, el resto que no forma parte de tal estadística señal que desconfían de quienes ofertan sus productos, pues temen ser víctimas de fraudes, y en estos tiempos, el que no comete uno puede ser tachado de inocente o tonto, o sea, el que no transa, no avanza. ¡Hazme el chingado favor!
En el ciberespacio existen varias páginas de compra-venta con sus respectivas plataformas donde los cibernautas ofrecen una variedad de productos; algunos de esos objetos son nuevos, otros seminuevos y alguno que otro cachivache, cada uno de acuerdo a su valor estimativo es como se cotiza; es curioso que los más vendidos son antigüedades que muchas veces son unos vejestorios dignos del desván o cuarto de tiliches de la abuela.
Es curioso como la tecnología que nos proporciona este medio la hemos utilizado para buscar cosas del pasado, aquello que al observarlo nos llena de nostalgia sobre las épocas que nunca volverán; alguien dijo que el actual uso de la Internet es equivalente a conducir un coche moderno mirando por el espejo retrovisor. Razón por la cual en los portales donde se ofrecen diversos productos a la venta ha sido tanto la demanda por objetos del pasado que se ha creado una categoría denominada “vintage”.
A partir de tal clasificación, todo lo pasado de moda se considera clásico, por lo tanto puede ser llamado “vintage”; en un principio este término se empleaba para designar así a la cosecha de uva y a la producción de vino en los Estados Unidos, con su vulgarización se transformó en sinónimo de “vendimia”, imagino que por esta razón en la actualidad se utiliza para denominar de esa forma a la citada taxonomía.
Entre los objetos que se han vendido en altas cifras por el espacio virtual se encuentra la revista de dibujos “Action Comics” número uno que se publicó en 1938, donde aparece por primera vez Superman, el extraterrestre que se pone calzón rojo sobre unas coquetísimas mallas azules y que para parecer humano se comporta muy torpe, además de usar gafas de ñoño; tal revista en su respectiva fecha de edición se vendía en diez centavos de dólar y en este siglo fue comprado por la nada deleznable cantidad de un millón de dólares; dicen que fue cuestión de un minuto para que se comprara en tal cantidad. En lo que va del año se espera que la próxima copia de este ejemplar se venda en 1.5 millones de billetes gringos.
Creo que eso me motiva a desempolvar mis ejemplares de “Hermelinda Linda” y “Las andanzas de Aniceto”; además, no estaría mal subir a la venta joyas olvidadas por nuestra escritura como las letras doble ele o como vulgarmente se le conocía “elle”, la doble erre y la literal que seguro estoy se cotizaría a un alto precio por el uso que Don Roberto Gómez Bolaños le dio a la famosa che.
Curiosamente este dígrafo junto con la elle, desde su creación en 1803, fueron considerados como letras de nuestro abecedario, debido a que representan cada una de ellas un sólo sonido; fue siglos más adelante cuando cierta asociación de la lengua castellana decidió decretar que a partir de 1994 ya no se consideraran como letras independientes, pues según ellos eran el resultado de la conjugación de varias literales.
De la misma forma puedo ofertar el diorama que hice en secundaria con esferas de nieve seca o unicel sobre el Sistema Solar, con la nostalgia de observar por única vez a Plutón o la representación en la primaria que elaboré en plastilina del planisferio con sus divisiones políticas donde se puede ver con claridad las dos Alemanias y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
No es de sorprenderse que muchos de nuestros semejantes vivan en la nostalgia de añorar el pasado, argumentando que no hubo mejores tiempos que los ya vividos y que recordar es volver a vivir, por esas razones muchos se aprovechan para lucrar con tales sentimientos ofreciendo a la venta artefactos tan viejos y caducos dignos de un pepenador; más el peor de todos esos sentimentalistas, es el que siente la nostalgia por añorar lo que nunca ha sucedido, ¡espero que usted no sea de esos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario