miércoles, 4 de mayo de 2011

Forjando Patria

“Transando de arriba abajo
ahí va la chilanga banda
chinchín si me la recuerdan
carcacha y se les retacha”. Jaime López

Me agrada salir de viaje, ir a otros lugares, conocer gente distinta, formas de comportamiento y tradiciones de otros estados; lo que no me resulta atractivo es dormir en un sitio donde no es mi casa, es más ni duermo, como que extraño el hueco de mi cama y el olor de la almohada. Entonces el viaje se vuelve incesante y suplicio a la vez, pues al no dormir, durante el día siento un agotamiento desgastante que evita el disfrute del paseo; tal pareciera que de niño me hubieran embarrado los pies con manteca como le hacía la abuela a los gatos que le regalaban para evitar que se fueran del hogar.

Razón por la cual nunca resultan atractivos los tours que impliquen varios días de transporte, creo que por esta causa en mi persona no existe esa especie de aversión o racismo hacia los aborígenes de la ciudad de México; pues como nunca he ido al Distrito Federal, no he sido sometido al trato de ellos en su tierra, y los que he conocido aquí se han comportado de forma excelente conmigo. Por ello experimento cierta penita al escuchar a paisanos referirse con improperios cuando alguien hace alusión al gentilicio chilango, es más, muchas veces da la impresión de que el ser chilango es ser alguien non grato o perteneciente a cierta caterva maldita.

Un conocido que seguido va al defectuoso, le pregunté cómo eran de pinches los chilangos por su terruño; este dijo que por el ritmo acelerado de vida que llevan en la capital, están acostumbrados a que todo sea rápido, eso implica desde el servicio de restaurantes hasta la llegada a la escuela y al trabajo, lo cual a la larga acumula un estrés de la tiznada, pues como todos sabemos el tiempo nunca se detiene, razón por la cual les empieza a valer sombrilla el semáforo, al cabo desde su óptica está siempre en amarillo, si se detienen debido a la luz roja, pues qué importa que lo hagan sobre las franjas del paso peatonal, la gente puede rodearlos y no hay pedo.

Los domingos o fiestas de guardar atiborran los parques, balnearios y espacios recreativos, disfrutando cual turismo bastimentero sus equipos de sonido a tope como especie de competencia a ver cual se logra escuchar hasta la Patagonia, se ponen bien pedotes y sacan su Mauricio Garcés interno al intentar conquistar a cualquier palo de escoba con faldas que se cruce por su mirada; en las albercas al observar a las muchachas en trajes de baño se portan como perro de carnicería, viendo la carne pasar y rascándose los huevos de la ansiedad, cuando se retiran el lugar lo dejan peor que un chiquero.

En su lugar de origen todo esto es común, lo malo radica cuando van a otro Estado y se comportan de la misma forma; es cuando a los abnegados provincianos no nos parecen esas actitudes y empezamos a desaprobarlos despotricando con nuestras críticas, diciendo desgraciados chilangos ya sacaron a relucir el cobre.

Ante tales formas de comportamiento, no me siento sorprendido por los capitalinos, pues acá en la hermosa “Ciudad de las Palmeras” he visto a más de uno evidenciar esos mismos defectos sin haber nacido en chilangolandia; creo que son más bien nefastas anomalías que cualquier citadino demuestra y eso de “has patria, mata un chilango” es puritita xenofobia semejante a la de los gringos que a todo latinoamericano le llama “mexicano” sin serlo, bajo tal lógica entonces en algún momento de nuestra vida todos hemos sido chilangos.

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