miércoles, 11 de mayo de 2011

El Club de los Humildes

Un domingo por la mañana al salir de misa con el alivio de haber exorcizado mis demonios, y con la alegría de contar con toda una semana para el disfrute de nuevos pecados, recorrí con la mirada buscando a los limosneros que suelen estar en el atrio del templo, mas no se veía ninguno, fue entonces que un curioso se acercó, con cierto sarcasmo exclamó, “todavía es muy temprano para que ellos inicien sus labores, además muchos son creyentes y guardan este día respetuosamente”.

Es una pena que muchas personas piensen que el ser pordiosero sea un empleo, más bien es el hartazgo de ver tanta pobreza por las calles; siendo quizá esta una de las razones por las cuales los indigentes corren el riesgo de caer mal, de incomodar o de formar parte de ese enfado que se convierte en diversos actos de violencia de nuestra parte hacia ellos.

Los hemos clasificados como expertos en manipular a las personas que nos presumimos “decentes”, poniendo ese rostro lastimero y voz pausada casi agonizante con el que imploran nuestra piedad o caridad; igual cuando sobre sus espaldas o en el regazo de sus brazos cargan al chamagoso bebé que denota desnutrición en los lamparones pigmentados sobre sus mejillas y los harapos con los que se encuentra envuelto como tamal oaxaqueño.

Gracias a esto, llegamos a pensar que son hábiles en jugar con nuestros sentimientos, consiguiendo así lucrar con la lástima que ocasionan, pero, ¿acaso con el redondeo en los supermercados y el Teletón los medios publicitarios no hacen lo mismo? Además de que nos quejamos, si lo que les damos son las sobras, lo que ya no necesitamos.

Es curioso como a sabiendas de que los limosneros son seres humanos, muchas veces cuidamos más de nuestras mascotas que el procurar ayudarlos, pues para eso existen instituciones de beneficencia pública que tienen el deber de atenderlos; en periodos electorales nunca he escuchado a ningún candidato a puesto de servidor público incluir en su campaña proyectos que los consideren, pues saben que de así hacerlo perderían credibilidad o simplemente los indigentes por no contar con credencial para votar son un cero a la izquierda.

Es común justificar la fingida indiferencia que les manifestemos aludiendo a que se aprovechan de su situación, pues los llegamos a considerar unos flojos, patanes, viciosos e ignorantes; incluso para muchos son antiestéticos, faltos de dignidad, pues por más que los despreciemos insisten en pedir una moneda, lo cual a la larga incomoda y nos causa la pinche impresión de que ser así es parte de su vocación.

Con darles nuestras sobras contribuimos a fomentar esa forma hábil de ganarse la vida, los volvemos un insumo de nuestro propio sistema social, los hacemos parte del folklore de las concurridas calles, centros comerciales e iglesias, es decir, continuamos callando sus gritos de hambre y desprecio, porque nos recuerdan que el sufrimiento es otra de las ilusiones que la humanidad no puede prescindir.

Sólo he conocido a un excéntrico millonario que cada fin de semana a las afueras de su casa regalaba considerables sumas de billetes a los mendigos que se acercaban para hacer enormes filas, pero unas cuantas monedas no les van a solucionar la vida, lo importante es adaptarlos a la vida laboral, ofreciéndoles capacitación para el empleo, educación formal, y lo más importante concientizarlos de que la productividad es la base de su bienestar, pero las instituciones que se dedican a esto piden tanto requisito que resulta imposible acceder a ellos, entonces para que quejarnos, todos somos miembros honorables del Club de los Humildes.

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