En plena clase al intentar ejemplificar un tema de la asignatura que imparto, utilicé la palabra “camión” como sinónimo de aquel ruidoso medio de transporte colectivo que todos en algún momento de la vida hemos empleado para desplazarnos por la ciudad, sí, también usted, que se hace como si La Virgen le hablara, se ha subido en ellos, de pronto una alumna interrumpió para preguntar si me refería a la ruta, después de responderle que sí, experimenté una extraña sensación, como si fuera un extranjero, una especie de turista en el Siglo XXI, era como si durante la jodida pandemia, en lugar de meses pasaron varios años y a quien firma lo que escribe le hubiera sucedido como a Rip Van Winkle, ese personaje del cuento de Washington Irving, que se queda dormido en el bosque bajo los efectos de un licor encantado y al despertar se cerciora que el mundo que conocía ya no existe.
Es que este presente es tan diferente al de mis épocas de infancia y juventud, en la rotunda negación por transformar las cosas antiguas que me entretienen por las modernas, he creado una especie de barril de Diógenes, donde renunció a varios de los convencionalismos sociales actuales, y echó en su interior todo aquello que artesanalmente me divertía, ¡a poco no harta en un fin de semana de reposo estar escuchando las alertas de WhatsApp! También es patético que una reunión familiar la convivencia sea que cada quien este mirando su celular, ¿Y los juegos de mesa o hablar de los presentes como si no estuvieran? Sí, se han perdido esas reuniones en donde a través de la guaguara uno aprendía hábitos y costumbres que no querían enseñarte. Hoy, ya nadie cuenta chistes, ni blancos ni colorados, ahora se han adaptado en formato visual y se llaman Memes.
¿Qué puede hacer un individuo cuya fuente de aprendizaje fue durante los años más visuales de la historia? Los ochentas, con el arribo del videoclip a través de Video Éxitos o Video Rock, “Donde puedes ver lo que te gusta oír” –oh, la Girl next door de Elsa Saavedra–, luego llegaron los juegos de videos, con las entretenedoras maquinitas que no te dejaban ir a tiempo por las tortillas, es más, hasta de lo emocionante que estaba el Pac Man le echabas lo del mandado con tal de acabar con los puntos antes de que se acercaran los fantasmas. Siempre quise fugarme por la cerca perimetral del bachillerato 16, mientras en mi interior sonará la canción Don’t You (Forget About Me) de Simple Minds, como los chicos de Breakfast Club –qué recuerdos de aquel templo del saber fílmico, llamado Cine Diana.
No estoy en contra del progreso tecnológico, nada más me parece ridículo que las actuales generaciones no sepan qué hacer si no hay Internet, experimenten sentimientos de aislamiento sin su teléfono celular, ¡el mundo es real! Libérense de ese nuevo depósito de las almas que es la Internet, y sí, los circos antes además de acróbatas, magos y bailarines exhibían animales vivos, la Perestroika no es un apellido, ni el Walkman eran tenis, menos aún el cubo de Rubik fue una aplicación, se los dice alguien que rebobinaba los casetes con lápiz y su mascota es un gato sepia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario